Cubiertos

 

La cuchara esta a medio llenar, algo que no es muy común en este momento. Hasta lo mas mínimo se calcula con exactitud milimétrica. Mientras en la cocina mi madre y una amiga de esta, que solo aparece cuando mi padre falta. Ninguno de los dos se tiene admiración, aunque hace años a mi modo de ver, parecía que se tuvieran algo más que cariño. Ahora si coinciden ella se aparta y el se queda en una esquina, esperando un turno que nunca llega, como si las estrella fugaces pudieran entrar en la vida y las ventana de cada uno , sin preguntarnos y dar regalos mientras nos mira a los ojos, aveces ensangrentados por la espera o de tanto llorar.

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Tengo la costumbre de tratarla como tía. Parte esencial de la familia, algo indisoluble de esas que salen en los dibujos de preescolar o jardín de infancia. Tía Alicia era algo importante, y siempre salia en  un segundo plano como la casita o el perro, de los que me podía olvidar, de ella y de su figura expectante no.

No es que en cada hogar que Dios nos dio faltaran las visitas, y cualquier ocasión era buena para montar una buena fiesta o jolgorio, tarde o temprano la casa se llenaba de gente, vasos y botellas, a veces, como cuando estrenamos el sofá verde que hacía juego con todo según mi madre, yo tenía una un tarea asignada. La tarea-tortura encomendada era la de chico cenicero, tal vez para que me fuera acostumbrando a los planes de futuro que tenía la familia sobre mi.

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Lo único que tenía que hacer era pupulear por todos los lados que considerara propiedad de mis apellidos. Puros, cigarretes, cigarrillos finos for Ladies e incluso hubo quien limpio su pipa en mi cenicero, y recamcbio su tabaco.

Cada 5 minutos tenia que vaciar el cenicero en una bolsa de basura del tamaño de un adolescente de 15 años que me había agenciado. De vez en cuando aparecía mi primo, el único que valoraba mi trabajo tabacalero, y cogía los cualquier cosa a la mitad, mientas me hacía un guiño, si descubrían algo el resto ponían mala cala. Tia  Alicia nos miraba de reojo, y como decía ella , con ojos golosos., y me hacía el relevo muy sutilmente. Se unía al pequeño complot mientras aspiraba sus cigarrillos, distintos al resto, finos de colores y lo más importante eran de ella.

Alicia en su esquina suele observar todo, con una parsimonia bastante inusual, se queda inmóvil, hasta que de repente como si un ave rapaz la atravesara, la imita y se deja ver por toda la fiesta ( en busca de lo que la hace feliz – palabras textuales- ) aunque sea pequeñas, y coquetea con ella. La música la envuelve, el tintineo de las copas conspira contra cualquier persona contra cualquier persona que ose a interrumpirla, derramándose sobre ella, esperándola con el ridículo. La notas salen de la radio especialmente para ella, que se contonea como un sueño, tan mágico, que los únicos que se atreve a intervenir, son los dedos de algún alquimista, para subir el volumen de vez en cuando. Hay quien sin saberlo compartir el lecho conyugal con tía Alicia esta noche. La pase donde la pase, es raro no ver los pañuelos secando las sienes después que ella pare de moverse. Mi ti S.F  y los compañeros pese a que es dificil estar a la altura. El baile de un boxeador que sabe de sobra por donde le van a venir los golpes, y deja que el contrario se canse, derramando sudor, sacando puño, como los verbos que intentan agarrarle día a día o acortarle la falda a cada conversación y no tienen pudor e remangarse cuando le place la situación.

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Baja una calma que reconocen aquellos que viven cerca de la mar y que seguramente solo entiendan ellos, la marea se mueve, bajo el flujo lunar, las palabras vuelven a su cauce, una vez que el baile termina. La fiesta también parece que minuto a minuto, llega a su crisol que solo es solucionable, saliendo al jardín a terminar los vasos y las conversaciones.

Desde una altura que no tenga más de 1´20 metros no consigo acertar del todo, pero la relación de Alicia con mi padre, los cigarrillos de los grandes, el baile lento sosegado que sube la temperatura y las pulsaciones empieza a parecerse a algo oscuro que se asoma  a una ventana de un edificio desierto, mientras al fin y al cabo se terminan de ajustar a la realidad en que viven las persona, que no terminan de entenderse. Comen y beben prefieren no mirarse de frente, no ser engullidos por la verdad y las mentiras de sus exquisitos gustos.

 

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