Papeles rotos encima de la mesa
Eran dulces los dulces que me estaban haciendo salivar, a pesar de que no estaba acostumbrado, me levantaban el cuerpo normalmente, no me gustaban lo más mínimo. Ese sabor impregnado por toda la boca, y al final corriendo el azúcar por todo el cuerpo. Una amalgama de confite que a uno lo traspasa, un subidon en el cerebro y el cuerpo que no lo acompaña por la pesadez. En verdad, soy incapaz de diferenciar ya cientos de saborees. desde que me arrancaron los dientes, hay días en lo que la culpa, que la tengo yo por ir de listo. Tarde o temprano, tenían que pasar las cosas. Que me negase a hablare no iba a servir de nada, y de nada sirvió.
Me quedaría en el pecho con esa pequeña pinchazón, La persona fuerte que de nada en los días llorosos, para creer que por la culpa de uno, se tarda más en coger a los que llamábamos camaradas. Tarde o temprano todos pisamos los mismos sitios. Para dormir necesitaba creer de vez en cuando que había ahorrado un par de días a alguien de el infierno que salía yo. Más de uno me preguntaba si te cambiaba las ideas e incluso entre nosotros nos lo preguntábamos. Lo que realmente permutaban eran los horarios de sueño y la calidad del pulso.
Los dulces en ocasiones se utilizaban como moneda de cambio, cuando uno llega al tercer día sin comer, y se acumulan semanas en esas condiciones, de precariedad alimenticia. Si, un si muy grande, hasta que te resuene en la cabeza. Si uno tenía ganas de sucumbir a la tentación. Son quizás los peores momentos para tener conciencia. Si no lo haces, te duele hasta morir, el cuerpo, y si lo haces el alma. Al fin y al cabo, nos quisimos convencer a nosotros mismos que nos convendría pasar hambre, la mayoría de los alimentos, que nos ofrecían a patadas. Contenían tal cantidad de bacterias, porquería, o mierda, que les hacia el la mitad del trabajo. El dentista nos sacaba las muelas sin anestesia , mientras chorreabamos por la boca.
La misma farola titubeaba todas las noches y las mañanas, cree que se va a escapar a la misma hora. Tarde o temprano alguien se acelera y termina por apedrear, su bombilla, bastante más pobre que lo que uno acertaría a imaginar. Otros días al regar se moja, y no da luz. Pareciera que siempre se pusiera en el sitio clave, para amedrentar al resto de paseantes que preferían la oscuridad, donde se esconden de su conciencia. Donde los actos no paran de suceder delante de su conciencia, jugando con sus ojos. Momentos condenables o alabados, delante de ellos mismos, para que juzguen y decidan recordarlos o que caigan en el olvido para siempre, mas allá de su moralidad.
En alguna ocasión nos juntamos, en realidad, ni siquiera eso nos gusta. Ver las caras de las personas que te apoyaron en su día debería ser motivo de alegría, pero en ese sitio en ese lugar, en el que nada se veía, todo oscuro, nadie distinguía a nadie. Recordabamos más algunas jaculatorias, que los ojos con los que gritaban. Algún que otro compañero ahora juega a las cartas, me dice que es el único sitio que puede mentir tanto como allí. Lo apuesta todo a una carta, con gente que tiene las cartas marcadas de antemano. Muchos somos los que queremos huir, otros siguen rememorando de cualquier forma su pira victoria. Bajo la camiseta, pequeños cortes, heridas pequeñas , gritos ausentes y minuválidos que te entierran. Todos juntos somos nadie…
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