Historias paralelas de los bares que me echaron
Imposible pasear si no era con una diadema que asegurara que estábamos pasando un buen rato, de despedida, de lo que fuera. Soltera, casada, divorciada, o la blanca de recluta, o por que no la de melón del grupo por la cual nadie daba un chavo ( y menos verle con novia). Lo único que uno tenía que hacer era empaparse de medía botella de algo que tuviera al menos 40º grados de alcohol, ya fuera bourbon, tequila, vodka, y un par de cervezas. Después de esto desencajar la cara y hacer movimientos espasmódicos e ir de vez en cuando a visitar a organizador, que reunía al grupillo para pulirse finamente unas rayas como pasos de cebra o darle una caladitas a esos cigarritos de la risa que llevaba maestramente liados de marihuana buena y, que si repetias tres veces su nombre en el espejo de espaldas, aparecía el mismísimo Bob Marley para acompañarte y darle unas caladitas.
Había gordos que trabajaban hasta en cuatro o cinco garitos diferentes. Las mismas personas que dependiendo de donde fuera me ponían una alfombra roja o pretendían sacarme los dientes, uno a uno, sin anestesia y dejarme la cara para portada de un diario de sucesos. Mi cara bonita de deshacía entre el tumulto, nadie la conocía excepto los excesos,que día a día empezaron a comportarse como una persona. Se quedaba parada en las esquinas , al principio bailaba y me hacia el gesto de la pistola, para que me estuviera al corriente, que estaba pendiente de mi.
Mis excesos iban cobrando clase. Nos se conformaban con bailar, si no que mantenían conversaciones con personas ajenas, con aquellas con las que nunca me atrevía. Mientras yo pazguato y aburrido pasaba el rato con mis amigos. Día a dia fue comprando mejores trajes, y se presentaba cuando menos me lo esperaba. Sin perder los nervios, con una sonrisa canalla. Comencé a dejar de beber cuando lo veía, deseaba con todas mis ganas controlarle, ver todos sus pasos y poses. Pero el sigiloso, apuraba su copa, lento disfrutándola, como hacía años no conseguía embeberme de algo. El encargaba licores caros, de aquellos que una triste medida valía más que una botella de mis copas. Daba vueltas e imitaba bailes de películas más o menos conocidas, era él, que empezaba a ser famoso, al que pedían el teléfono, al que sucumbían las féminas, con las que desaparecía antes que terminara la noche.
Cambie de lugares, de forma de vestir e incluso alquilaba los fines de semana, coches en una tienda especializada, sin repetir nunca de modelo. Así conseguí darle esquinazo y pasarlo bien durante un mes y medio. Hasta que un buen día me lo encontré apoyado en la barra de un garito de esos que decían que era » lo más «, una terraza extravagante, muy moderna, recién abierta. Con un traje a lo Tony Manero y una barba expectacularmente larga y cuidada, según me apoye en el mostrador, el giro la cabeza y me miro a los ojos sin hacer ningún tipo de aprecio. Le vi alicaído, destrozado como si no pudiera con más destrozado. No quiero parecer cruel, pero no quería menos tratándose de el , destrozado o muerto. Si se iba a pasear con mi cara y siendo yo, tendría que aceptar de una vez por todas, quien tenía la razón y el talento.
Seguido el Dj empezó a pinchar algo,algo bueno, que hizo que se empezara a mover de una forma extrañamente embaucadora, pasos de John Travolta en Pulp Fiction y florituras de Michael Jackson, pasos que nunca había visto. Bailaba sin quitarme los ojos de encima y comprendí. El era mejor e iba a seguir recordándomelo, donde fuera, aunque no existiera. La gente danzaba a su alrededor, mientras el nuevo pincha discos le pedía permiso para subir de revoluciones. Se alejaba de mi, con los ojos clavados en mis pupilas, en mi envidia ( disipada ).