Banderines verdes (primera parte)
Podía escribir la última línea de plata sobre el jardín, donde apenas la gente ponía la vista y, además la mitad no era capaz de entender la letra, difuminada después de varios días. Me moría de ganas por saber como se podía llegar allí y no tener ni idea de apenas casi nada. O ser lo suficientemente coqueto como para creer que no hace falta ningún conocimiento de la vida, y aun así seguir siendo arrogante y presumido.
Me tapaba con las manos los oídos y la boca como si fuese un mono sabio. Aquel que se suponía que no debía de dejar pasar el mal a través de sus orejas. No dar pie a los chismorreos y mentiras que arruinan la forma de pensar y la objetividad. Horas de demasía esperando en los sitios más insospechados , nengándome a admitir que sigues allí, y eso en breves pasos se transforma en algo más cercano.
Viajes a tierras vacías donde antes pernoctaban los muertos, y donde se permitían el lujo de desenterrar los recuerdos de todos aquellos que iban a visitar sus tumbas y huesos. Hay quien no tiene alma y le sobra mala leche , si le intentan molestar lo que le ha sabido a 200 años. Cuchicheos y lamparas de gas pasadas de moda. Imaginación que intenta pedir permiso al rostro para no existir y molestar lo máximo posible.
Hallar intactas después de abrazar a la hija del primer esclavo. Cada noche, cada primer duelo a primera sangre era diferente. Jamas el último de nuestros problemas, ganas de divertirnos al verte ausente…
Un comentario en “”