Clases perdidas (segunda parte)
En más de una ocasión no habíamos creído que existiera mas allá de unas pastillitas de colores. Sintonías de televisión que nos taladraban la cabeza y nos preguntaban por ti, por esos caminos se adentraban y se convencían de que algo debía haber, al final del camino. Tu nombre, tu forma de hacer. Los versos más tristes de una noche. Aquellos que podían estallar en júbilo en el preciso momento en el que nos sentábamos al lado de tus dudas. De la querencia mutilada que más de uno desarrollabamos por la vida y por todos los dolores de ella.
Intentábamos solucionar cualquier cosa, evento o situación que se nos venga encima, por en medio conocí a una persona que era capaz de dormir sin soñar ni un solo minuto, por no querer mirar a la ilusión ni un solo instante. Odiaba con sus dos manos hasta ahogar a la alegría. La apretaba la nuez hasta sin preguntar motivos cada vez que la veía. Soy incapaz de dejar de pronunciar una sola palabra. Sus piernas ni siquiera eran capaces de plantarle cara, ya tenía los pies en polvorosa partiendo su cuerpo cada cierto tiempo.
Sus tendones se tensaban y, sus piernas habían huido a tiempo, dejando muescas en el suelo, silencio en el ambiente. Las uñas aún intentaban sujetarse. No querían saber si algún día tendrían que echar raíces, a pesar de los problemas, de esa pequeña pena que de vez en cuando le rasgaba la camisa y le desteñía el corazón. Nunca tendré claro si era hombre valiente o cobarde, eso parecía depender del día. Yo soy de secano y de vez en cuando la lluvia me hace surcos, como a la tierra. Las manos y las promesas es lo que a mi piel le queda.
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