Sabores de picafresa

 

Los colores casi eran tan importantes como las formas, como si de un juego de niños se tratase. Intentaba mantener cierta compostura pues me hacia gracia que a nuestra edad y volviendo a los quehaceres de bebitos. No era más que atra forma de esconder cierta mercancía que no queríamos que nadie encontrase. Algo que según nuestro gobierno y otros tantos habían decidido que era ilegal y poco decoroso, que saliéramos a pavonear de nuestro negocio. Daba igual de que hablasemos, alcohol en los años 20, cocaína en los 80 e información en este preciso instante. Una sola ruta, un IP exacto era lo que nosotros vendíamos. Como cambiarlo, decorarlo, permanecer con el si uno le tenía cariño y despistar al resto, como otros muchos, pero mejor y más arte.

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Si eramos capaces de localizar a quien sea en cualquier lugar y por supuesto el gobierno pagaba bien, los malos pagaban mejor y, era mucho más divertido. Al fin y al cabo nadie a venido aquí a aburrirse como una ostra. O por lo menos no yo. Todas las historias que conocía desde Bonnie and Clyde, nunca me puse del lado de los coches de sirenas, no lo puedo evitar, desde niño quise ser indio no vaquero.  Tenía el alma de pirata, ojos de bandido. Un pequeño don con las maquinitas como lo llamaba mi figura paterna. O pocas ganas de salir los días de lluvia y un arraigado complejo de Edipo que me hacia querer joder a todo lo que fuese y eso incluía reventar ordenadores, saturar paginas web o joder programas, me resultaba fascinante. Por supuesto incluía reventar la vida privada de una persona, verla esparcida por los suelos caída.

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La gente se auto mentía una vez que encendía un cacharro de esos. Ya fuese el ordenador, el móvil o la tablet. Todos finguiamos en un mundo virtual donde todo era falso, y en el que creímos que algo nos importaba. El por que era que estaba construido a base de nuestras pequeños bulos y las pocas verdades que el banco sabía de nosotros. Y esas pocas verdades nos podían dejar durmiendo en el suelo y comiendo mondas de patata. Mientras nosotros entrabamos completamente  obnubilados en el Istagram.

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 Caras de cómic, retratos de nosotros mismos que apenas acabábamos de desdibujar, algo teníamos que encontrar que valiese la pena. Buceaba para encontrarme a mi mismo, intentando reconocer las voces que hablaban conmigo mismo en un interior no tan profundo como quería creer. El odio, el amor, las ansiedades, la paranoia, los sentimientos livianos, estaba bastante más a flote de lo que queríamos. Todo se daba ls vuelta y me perseguía con una mirada que invitaba a tener miedo, un instante que se prolongaba, pero tampoco tenía demasiado tiempo para ella. Una música tapaba poco a poco mis sentimientos, notaba a mi cuerpo introducirse lentamente en el agua de una playa que estaba solitaria, alguna barca a lo lejos, pequeñas barcas donde solo cabían dos personas. Como los 0 y los 1, poca compañía , iba a terminar lo que había empezado, con pájaros de colores que son capaces de mantener el canto a pesar del tiempo que parece querer llevárselos.

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 Su canto y su tono me devuelven a la realidad, tonos y formas, que hacen chirriar mis dientes, colocar en cada sitio, la forma específica donde nadie puede encontrar a nadie. Donde no existe verdad absuelta. Quisiera verbo y formas que no nos podemos permitir. Aún así naufragamos, somos parte de una mentira insana. Los últimos indígenas con una flauta mágica. Entre el agua, vadear, beber nuestras palabras, néctar, vida. No se nos intuye ni se nos encuentra. Nuevos días, la vida del maqui ante la perfidia.

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