Móviles en fundas de calcetines

 

Me muero por seguirte, el ritmo y las horas. Por poder seguir diciendo que te quiero, y escribir poesías nuevas cada hora y poner los discos que te gustan en la gramola que compramos juntos en el viaje a Asterdam. Que no quede ningún hueco vacío en el que no perdimos dando vueltas sin saber muy bien que hacer o que decirnos contra los cristales de la ventana. Me igo dando pasos en balde mientras pienso en chorradas y en lo que nos a detenido en estos últimos días y, es que queremos los cigarrillos en bocas ajenas. Necesito saber algo más de lo que nos estamos diciendo.

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Vuelves y te vas sin que las velas se enciendan. Me escribo cartas con remitentes diferentes para intentar conseguir una perspectiva que tengo perdida. Una mano que debo de dar por retorcida con unos naipes que se horrorizan si los traduzco al tarot y me piden que embista a la vida sin ti. Te cortaste el pelo y me regalaste mechones en una coleta, con la que he dormido estos últimos días. Te miro y me pregunto por que cambiar nuestros horarios que se compaginan y aún así nos evitamos. Vuelvo deshecho de relaciones que me aportan más de lo que nunca habría querido y recojo las migas de pan de un arcángel que come con glotonería encima de la mesa de mis suplicas. Mientras masticó granos de café que intentan invalidar mis cotidianas borracheras.

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Suenan las teclas de la máquina de escribir para una nueva carta y deletreo cada una de las palabras. Sin saber que sílaba a sílaba las vas a diluir en un humo tan maldito como la soledad en el cuarto donde te escondes para averiguar el nombre de las personas que te vaciaron la niñez. Oigo gritos, posiblemente míos, de cada vez que te vas y me quedo mirando la tele sin canal fijo, observando mi propio reflejo, que me saca la lengua y se desnuda esperando que le acompañe a un viaje distinto. Donde puede escuchar los colores, saborear la música, tocar y partir el aire como un aura de lo que algún día conseguimos ser, para ver un portal a otro lugar. Espantar la soledad.  

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Gramos de inconsciencia infinita y zapatillas rosas de andar por casa mientras juego con un mechero de gasolina de marca infame, quemo mis dedos que no se quejan, aun fríos sin poder tocarte ni un solo momento. Quedamos para instantes mustios, y me abres la puerta, las velas se han callado y observa desde la esquina a los malditos con rastro de sangre en los codos y nudillos, el objetivo olvidado se rinde y deja paso al silencio.

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Posiblemente y sin una verdad certera me toque esta noche escribirte los números de una cábala imaginaria sobre la empalda. Unir una línea de puntitos de pecas que nos recuerdan a casiopea. Has vuelto y no pienso dar tierra a la mediocre y libidinosa ostriocidad. Has vuelto y nos comemos a besos para la eternidad.

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