A última hora
No era capaz de controlar lo que tenía delante si quiera mis pensamientos que me estaban jugando una mala tarde. Pero tampoco había sido una buena idea el ir allí. La gente permanecía encerrada en la mayoría de los casos, lo que les convertía en números y toda la parafernalia que eso acompañaba. Solo unos picos tenían la habilidad y el privilegio de seguir siendo personas, a pesar de sus pintas. Muchos de ellos atados. Y las antiguas camisas de fuerza que salían por televisión cuando querían asustarnos hablando de esta clase de sitios para dementes, eran sustituidas por pequeños arneses que impedían la movilidad.
Me llamo la atención un joven lleno de puntos en la cabeza, de la nuca a los ojos, mal cosido y con los filamentos demasiado largos y blancos. Pareciera que lo hubiesen sellado la cabeza con el hilo de las pastelerías y estuviese a punto de reventar como un bomba de crema mal rellena. A la mínima que se descuidaron las enfermeras salto por la ventana, para salir al jardín. A Dios gracias que estábamos a pie de calle. Le pude ver jugar con los patos que merodeaban por el estanque, los cuales rebosaban salud y parecieran que vivieran mejor que aquellos infelices. Se quedo allí quieto. Tarareándolos algo mientras les acariciaba. Sin mayor daño alguno como vaticinaban alrededor, que gastaba unos humos más propios de un boxeador de pesos pesados.
Nunca me imagine tener que buscar allí a mi hermana después de dos años que no la veía. La verdad había estado fuera de viaje y nadie se atrevío a comentarme nada. Simplemente había desaparecido. Nadie sabia nada de ella. O por lo menos eso me decían. Así que poco a poco desde Australia empece a tirar de los pocos recursos que me quedaban y en cuanto pude volví. Para ver si podía averiguar algo. Eso me conducio directamente a casa de mis padres y a sus diarios ( el poco rastro que dejo ). Allí pude encontrar unas tristes y socarronas cartas de amor a uno de los pacientes de este centro.
Los dos parecían haber mantenido correspondencia durante un largo tiempo y sin pensárselo mucho, se ingreso con o sin enfermedad mental pero con gran perspicacia. Y aquí la esperaba encontrar. Vestida de blanco con una especie de delantal o pijama extremo, frunciendo la cara como cualquier otro paciente, que vivía en otro tiempo, pasado o futuro, pero no acorde con el calendario. Me miro a los ojos he hizo el gesto de no reconocerme. Pero no le fue fácil el echarme y lo supo en cuanto me senté a su lado y le pedí una breve narración de como había llegado hasta allí.
Tenía toda la mañana y los días posteriores, no me importaba volver día tras otro. Estaba enamorada de el. Fue lo único claro que supe sacarla. Y lo que se intuía, sin tener que rascar mucho. Así que se interno por cuenta propia, la enseño lo poco que sabía de la vida cuerda y la irreal y ella de las gotas de tiempo y lo uniforme. Instalados en su verdad. Ahora la quería sacar, después de muerto el. Seria su peculiar locura. Para siempre. Habla con el mar, yo la ayudo y lo hago con la espuma de esta. Creí enseñarla tanto y aprendí de ella. Yemayá.
Un comentario en “”