La cuenta a tres

La cuenta a tres

 

Su vaso era morado, bebía tranquilamente mientras me miraba, y era capaz de dar una versión bastante pacífica de los hechos. Simplemente era una niñera con cierta afición a los rotuladores de subrayar. Que mientras cuidaba de los niños del vecindario estudiaba. Cuando tenía un ratito libre, sacaba los libros de la mochila y continuaba con sus deberes del instituto, séptimo curso. Se molesto en repetirlo varias veces por si acaso no me quedaba suficientemente claro. Y en eso llevaba razón, me importaba un bledo, si era una parvularia o cursaba algún otro curso. Pero ella muy orgullosa de ello, a pesar de como decía el resto de niñas de vez en cuando no se la tomaran muy en serio. Así que se mostraba muy hacendosa.

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Debía de tener alguna pequeña obsesión con esos pequeños rotuladores, por que llevaba una caja enorme encima, de unos 36 y alguno que otro suelto en otro plumier. Todo tenía su color y una forma de ser catalogado. Incluso me sentí un poco mareado al ver su cuaderno de clase.

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Mandaba a los niños a la cama de una forma cariñosa después de darlos de cenar y jugado con ellos un poco, o compartir una película de dibujos de esas llenas de cancioncillas que podrían volverle a uno majareta en menos de tres visionados. La gustaba cantar con ellos y los chiquillos les volvía locos pasarse cantando la noche entera, hasta que llegaba el momento de meterse en la cama. Luego se ponía a estudiar, para seguir en la brecha de su pequeña ofuscación estudiantil y más tarde los niños aparecían en la cama descabezados como una gamba. Este era el tercero.

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Hubiese sido fácil encontrarla el primer día, a la hora siguiente de sus macabras intenciones, si no fuese por que ya precavida daba un nombre falso en cada ciudad, una peluca y una puesta en escena diferente. Todo mucho mejor entramado que sus deberes de séptimo grado. Ahora yo sería el que tenía que lidiar con sus pequeños ataques de orden estrafalario. Las conversaciones con ella eran más bien infructuosas, mientras se encontraba en un estado de normalidad, solo era capaz de razonar en cuanto uno le devolvía sus pequeños vestiditos y lo que consideraba sus disfraces. A ella le gustaba vestirse de una forma diferente para irse a las casas donde cuidar a los niños, disfrutar de ellos. Y por que no disfrutar de la compañía de su novio de vez en cuando, si no había peligro de que los padres se enterasen.

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 Deleitarse de un día completo con una pequeña remuneración algo de besos románticos, y la  seguridad de poder pasar de grado. Lo que seucedía que a su pequeña media naranja no soportaba con la misma facilidad los gritos de los bebes ni de los renacuajos. Ni que a ella le pidieran los mimos que le correspondian. Así que con sus propios cuchilos de cocina, se ocupaba de partir a los niños en cuatro por las articulaciones además de una pequeñas incisión en el cuello por verlos desangrarse. Mientras ella permanecía mirando el televisor. Regocijándose en sus canciones nenucas. Subrayando con su rotulador. Probandose las pelucas que le regalo su novio. Sospechar que es ahora a mi a quien le toca sacar del anonimato a lo que unos u otros llamarian perturbado. Yo hijo.

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