La comida deja que desear aunque nosotros tampoco somos clientes de primera. En ocasiones nos echamos a suerte quien encontrara algún elemento extraño en ella, y es raro que no gane alguien. Cualquier ingrediente extraño que no viaje con el plato que pidas y se les cuele por que no hay Dios que ponga orden en la cocina. El por que venimos es una incógnita que solo se soluciona sabiendo que allí trabajan los padres de Pedro, que podría tener un nombre más elegante, pero que le pusieron igual que a su abuelo. Y eso le condicionó la vida entera, pues tenía la cara de señor mayor y sus mismas costumbres.
A pesar de las nuevas tecnologías y tener 19 años, usa aparatos que en los noventa ya estaban desfasados, y nos mira a los demás como a bichos raros que llevasen en su cabeza un chip implantado. Como si hiciéramos las cosas por medio de un procesador que tuviésemos en el cerebro. Por eso no perdona tantas. Por eso nos invita a comer, y nosotros los arreglos de esas máquinas que usa para cocinar y, que cada vez que se estropea algo. Cambiamos sueños de verano por piezas de cocina, trozos de plástico y metal. Y también por consejos que nos hacen más fácil la vida, que salen de boca de su madre.
Diluimos lo que no entendemos en café. Alrededor de una mesa y los goteos que hace el baño a pesar de nuestra persistencia a la hora de apretar tuercas. carecíamos de ciertos patrones de moralidad, cuando entramos por primera vez, hasta que la madre de Pedro nos enseño a observar a la personas. A cada cliente, y encarar a la vida de una forma diferente, cada uno tenía sus problemas y todos hacían por subsistir de una manera u otra, intentando que la vida no se los tragara, como hacia con tantos otros. A los que se les veía venir desesperados, dando bandazos, sin recordar si quiera quienes eran. Tratando de amainar el temporal , sin recordar que este viene y va, y lo único que se puede hacer el torearlo y pasarlo de la mejor forma posible.
Sonrisas a las sonrisas, poner un poco de dulce y picante a la vida, como si se tratase de una receta ancestral a eso nos enseño ella. Y a saber que cada día es diferente al siguiente por muy parecido que se nos antoje. Una novisima oportunidad, el hacernos doblegar por la mitad o de alzarnos por encima nuestro. Y eso solo lo conseguiríamos creyendo en cada instante en nosotros mismo. También aprendimos recetas, a no morirnos de hambre en nuestro piso de estudiantes. Y a que cada vez que llegabamos a casa solos, era el día nuestro, decía, para salir a besar a una ragazza. El día que contenía el instante de nuestros sueños