Tengo que mirar el calendario. Con un dolor de cabeza que no me deja adivinar el día exacto. Mareado. Me salva la tentativa de que en ninguna parte del mundo es nunca la misma hora. Así que puedo vivir en el pasado de cualquier otro país. Algo más lento de lo que me siento. Como un instrumento de cuerda al que se le almacenan las notas y, se le traspapelaran, incapaz de dar una sola por canción. Un concierto desafinado a merced mía y de lo que pienso. Incapaz de dar un paso por miedo a agravar mi enfermedad. Todo lo que veo me resulta irreal a pesar de saber que esta ahí, pero a la vuelta, cuando estoy solo, las vuelvo a ver.
O sentado en el asiento del copiloto, una ilusión óptica bastante más tangible que la real. No siempre quiere darme la mano la conciencia. A pesar que me hablan las personas que veo, y se tomen la molestia de advertirme que no son reales. Pero vuelven para quedarse. Reflejos en un cristal que alimenta mi universo que pasa de puntillas para el resto. La responsabilidad de pasar por el chino cada una de mis ideas. Y las frases que me pronuncian al oído.
Se que lo haces por mi bien , el ir de un sitio para otro, pero colecciono personajes folletinescos que se van asomando a mi imaginario. Se pasean por las calles por las que andamos y me dan premisas de lo que sucederá a cada instante. Todos ellos quieren vivir una realidad de la que les excluí. Pensamientos por lo que me preguntas y no me queda otra que mentirte. No pasa nada. Me encuentro bien. Lo único que sucede es que no existen realmente y dejo que me aconsejen. Me pierdo intentando remendar lo que de sobra se que haré mal pero nunca aprendí.
Una música desacompasada que me pide que la siga y la que llego demasiado tarde, después de haberme preparado prematuramente. Habitaciones separadas en las que piden lo mismo una y otra vez. Por la que me deslizo. Intentando intimidar a mi propio miedo. Solucionar que toda esta gente con la que me juego algo más que las fichas del casino, reconozca que hace tiempo dejaron de estar aquí. Para ser solo parte de las fiestas de los inviernos palaciegos.
Tumultos que se mueven de forma concisa hacia donde suene el borboteo de las copas de vino caro y burbujas doradas. Murmullos que se hacen gritos en mis oídos, de gente que no existe y se empeña en estar presente. En el vaivén me sigo confundiendo.
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