Con una ansiedad inoportuna que no deja terminar. Empiezo continuamente y me paro en seco a mirar hacia los dedos sin terminar de entender a que temo. Me llega el correo que no espero. Desestabilizado al recibir paquetes de otros que no dudo en abrir, y en apropiarme del contenido. Por una vez feliz, cuando toca algún regalo o algo me satisface a pesar de no saber que es realmente. Incluso a veces disfruto enseñando al resto mis nuevos ajuares para que puedan ver mis conquistas de lo ajeno ya como mías, intrínsecas en mi vida, con su propio valor.
En otros momentos la correspondencia trae malos augurios que me deja destrozado por una semana. Gente que se separa después de haber sido felices largo tiempo, y ya no se quiere. Lo que antes eran batallas ganadas se esconden en un cajón. Se olvida y forma a pasar parte de conversaciones ajenas. A ser ruido de fondo de una ciudad que no es la nuestra. La cartas de óbitos, tampoco terminan de gustarme me dejan mal cuerpo. Tarde o temprano, termino visitando el tanatorio para comprobar si el difunto tenía o no cara de mala persona.
Hay quien se merece de sobra el traje que viste y lo luce con gracia detrás del cristal por que seguro que era un cabrón de tomo y lomo. Que se dedico a hacer la vida más difícil a todos los que tenía alrededor. Una cuesta arriba constante en cuanto aparecía por la puerta. Sin embargo otros parecen haberse muerto de buenos, para no molestar. Con algún secretillo que otro. Pero más buenos que nada. De aquellos que no hablan para no pecar. Y la vida les quito de en medio para ver como se desenvolvía el resto ahora que el no cargaba con las cruces ajenas. El Simón de Cirene casero.
Si algo me gusta apoderarme es de los regalos, de esos que se hacen por compromiso. Los de las bodas , los de las comuniones y los cumpleaños que no queda más remedio que mandar. Por quedar bien, y no quieres hacerlo en persona. Intentar averiguar que cara se le quedara al destinatario cuando averigüe que se quedo sin su presente por acusica, por avaro. Ese rencor frío, pequeño casi ínfimo que de vez en cuando golpea y te hace preguntarte que harías para que esa persona de ti no se acordase. Pudrete. A ver ido a verle.
Si no pudiste un día, a lo mejor al tercero o al quinto. En algún momento pudiste poner el pie en su camino. Ahora te mereces el anonimato, el rencor perenne, saber que eres aquello que se olvida a ratos. Gotas en mitad de un charco sucio que se evapora y a su paso deja barro. Lo demás es océano.
Un comentario en “Se abrazan”