A partir de un solo segundo. Dejo de tener control sobre lo que hago. Tampoco es que importe mucho. Pero no logro recordar nada de lo anterior. Y no me pesa. Lagrimas o sonrisas, todo me la trae floja. Tenía por lo menos algo por lo que preocuparme y de repente tan solo un pitido entre las orejas. Bajar peldaños de una conciencia menos infinita de lo que creía. Ver pausado todo. Lo concerniente a mi y mis creencias básicas. Nada puede ser menos real que yo mismo en este instante. Rotos los pedazos de lo que intento. Y me da risa.
Ningún esfuerzo vale la pena de lo que intento construir. Nada queda lejano, pero tampoco voy a hacer nada por acercar la mano y cogerlo. Decir esta boca es mía. Simplemente. Números y ratones que valen un experimento, y yo sucio. Con el pelo totalmente estropajoso, y yo sudando. Sería un buen momento para volver la vista atrás y comprobar los restos de este asedio a mi mismo. Pero no merece la pena verificarlo. Líneas incorrectas que no promueven nada más que el escarnio. Público o privado. Que más me da. Nada se recoge si no se lanzan las redes. No pesco ningún triunfo.
Mi consuelo pasa por ser un individuo que es desapercibido por la masa. Que se queda metido en las gargantas y hace escupir oscuro. Un mal trago. Volvemos a los viajes infinitos. A unos atuendos que nos identifican como personajes, y yo me parezco a un pirata, que va de vida en vida, que rompe puertos. Y rompe las facturas con indiferencia. Nunca en el mismo lugar, sin amigos en tierra firme. El que quiere sortear lo inaudito, me acompaña donde no se hace pie de forma constante. Donde cuesta mantener la calma y las veredas se bifurcan cada tres pasos.
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