Servilletas de otros

Mi olor era nauseabundo, yo mismo era incapaz de permanecer a mi lado. Buscaba las fuentes por las calles en las que ducharme y la gente observaba mi cuerpo como algo no salido de su misma naturaleza. Con una esponja medio raida. Las monedas me las repartía entre comida y productos de higuiene de dudosa calidad pero que al fin y al cabo cumplían ciertas promesas que hacian en el envoltorio. Tampoco la comida se esforzaba en ser todo lo que en las fotos y sus primorosas presentaciones me engañaban al creer en algún momento calmarían mi hambre.

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Trozos de plástico. Que tan solo alargaban mi muerte. Me conformaba con poco. Así que a nadie le hacía cómplice de estos pequeños trozos de pensamiento. Tan solo al camarero de un pequeño bar al que de vez en cuando acudía a comer bocadillos calientes. Y del que sacaba algún provecho por ayudar a sacar los desperdicios y las cajas, también a ordenar las botellas. Comer viandas de verdad me hace sentir vivo. Unos pimientos entre pan y pan, con un poquito de queso y aceite recupera al más pintado, pero en el barrio no eramos bien recibidos. La gente como yo, los verdaderos habitantes de la calle.

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Aquellos que conocemos de sobra cada esquina. Y los recuerdos nos hacen sitio para dormir. Somos capaces de indicar a cualquiera  cualquier sitio, ya sea el más lujoso o donde se ronda la indigencia. A pesar de tener nuestros propios cotos. Donde no solemos dejar a nadie pasar. No por elitismo. Simplemente por seguridad. Es fácil que cuando se conocen nuestros lugares favoritos para echar una cabezada, aparezca tarde o temprano un policía. O algún grupo de niñatos con cama fija para demostrar que clase de gente no quieren ver cerca.

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Dios sabe que no le deseo el mal a nadie pero tal vez y por estadística no es difícil que a alguno de ellos me darle algún trozo de mi pastilla de jabón en un momento dado para que pueda lavarse los bajos. Soy incapaz de soportar, mi propio olor y esto también es causo a que me niego a empujar un carrito, que tarde o temprano alguien te lo confisca. Mi vida cabe en una mochila que llevo a la espalda y me hace sudar como un perro. Y así me ven  algunos. Incapaces de diferenciar entre la persona y el animal que creen que soy.  De vez en cuando me tiran una moneda de lejos, no vaya a ser que me de por acercarme.

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Nunca robo y eso es verdad, aunque no dudo en llevarme lo que encuentro abandonado al fin y al cabo no tiene nombre ni padre. Mi pasión es leer, y todos los libros que encuentro los devoro, y no son pocos, a pesar que muchos terminan en las hogueras que intentamos encender en invierno, para calentarnos los pies ( los que no, los cambio rápidamente por otros). He intentado que alguno de mis compañeros mantenga mi aflicción y así viva la mente y la imaginación. Pero tenemos la manía y una batalla de mantenernos vivos. Y calientes contra el frío y las serpientes que reptando y con falta de pudor nos señala al grito de muerte al indigente. Mañana no es mas que lo que sigue a una noche ….nos mantenemos a la deriva.

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