Espero algo que debió de suceder hace tiempo. Mirando a un punto fijo. Con la memoria corrompida. Seguramente algo que paso en forma de gusano. Un delirio menos. Con todas las soluciones opacas. La cabeza metida en el fregadero y una música repetitiva a todo meter según que otro vecino ajeno a nuestra salud. Que retumba en sus cristales. Soy capaz de cruzar varios centímetros de tu piel, si me lo pides, olvidándome de el espacio que nos separa. Historias que se cuentan en mitad de cualquier hospital y harían a cualquiera volver a recuperar la fe. Creer que se encuentra mucho mejor.

No hace falta que te cuente ningún cuento. Todo lo que se inventan merece la pena ser oído. Las nuevas leyendas que escuchara tu hijo recién nacido como historias viejas. Si algún día llegara a subsanarse los problemas que tenemos entre nosotros y somos capaces de perdonarle a la vida los ratos de delirium tremens. Sitios acabados, zonas muertas. Gasolineras en que pude comprarme un billete a cualquier lugar, a la parte trasera de aquel submundo del que nunca conseguí volver, donde te conocí. Donde debía de creer que existía algo mejor. Suponer que en el infierno existían ventanas bonitas que daban a nuestro dormitorio.

Lo que bien pudiera ser lo único bueno. Permanecer tumbados sin molestar a nadie. Sin siquiera echarnos entre nosotros la culpa del siguiente resto de nuestra vida. A medida que pasaba los momentos se iba haciendo más corto y con mayor presencia de ángulos rotos. Sustituidos por animales muertos que de vez en cuando recobraban la conciencia. Nos preguntaban por sus vísceras y los sombreros que habían perdido en las batallas que consiguieron dejarles tirados en la carretera. La última de sus vidas, y de la nuestra.

Plantar allí rendidos nuestra sombrilla llena de mugre y una piscina de plástico con algún que otro parche. Todos creen que algún día terminaremos de llenarla. Todos lo suficientemente ingenuos como para creer mejor terminar el recorrido de la carretera. En la que permanecemos en la curvas. Desde ese momento conocemos la leyenda de casi todos, historias juveniles que cuentan los finales de casi todos los que pasaron por delante saludando con la mano. Hubo un tiempo en que tuve la idea de sentirme mejor que el resto, termino pronto. Se cobraron algo a cambio, mi ego quedo de luto por unas semanas.

También se podía intuir, a ser lo que se pega a la mugre y salir intacta. Molestaba incluso a lo más asqueroso que conocía. Mi llanto no conocía rencor. Me pegue a las raíces de todo lo que se movía. Ahora vuelo de espaldas al Sol. Y lo acepto.