Cada vez que miraba atrás me encontraba más solo. Apuntaba en una libreta roja las personas que deseaba algún día encontrar. Con las que me hubiera gustado compartir el menor instante. Se me perdían en recuerdos borrosos. Cada día más solo. Un lugar demasiado espacioso para estar solo. Me miraba las espaldas con la pequeña esperanza de descubrir que no me encontraba en la más absoluta incomunicación. Un aislamiento que me estaba volviendo arisco y loco. Capaz de discutir con los arboles, que era lo que principalmente encontraba en el camino. Y barro, pegado a mis pies.
Desde el día que se hundió la maldita ciudad para anunciarme iba a quedarme separado del resto. Pues yo seguía convencido que en algún lado debía de encontrarse alguien en la misma situación. O por lo menos un grupo de personas vivas y ordenadamente organizadas. Me pasaba la mayoría de las horas con la cabeza embutida en las imágenes de como sería volver a ver gente. Si sería capaz de comunicarme con ellos. Tarareando las canciones que me habían apasionado desde joven para no perder la conexión con todo lo que había aprendido una vez. Me moría por un libro o unos cascos, aunque en verdad lo que deseaba era escuchar y estrujar a una persona real.
Impresoras que no paraban de copiar la misma hoja una y otra vez, buscando un verdadero motivo para hacerlo. Una orden, una imposición. Nada real a decir verdad. Un mismo instrumento repitiendo una y otra vez la misma nota. Intentando afinar, sin llegar nunca a conseguirlo. Con un poco de suerte repetir la misma frase hasta la saciedad, mientras los vicios imperecederos nos hacen dar vueltas una y otra vez. Intentando conseguir un placer que nunca será igualado al obtenido el primer o el segundo día. Muertos , exhaustos.
Una carrera por conseguir una presa que huye, y se escapa sin que podamos hacer nada. Empezar a discernir que los próximos días vamos a pasar hambre y sed. Los parpados apagados, incapaces de levantarse para sustentarse por si mismos. Caen y con ellos la visión que tenemos de este mundo. Quisiéramos lamentarlo pero la tragicomedia que nos espera nos es tan conocida que ni nos inmutamos. Lo que suele variar con los días. Y llegará el momento en que será suficiente para noquearnos, no sin sufrir por ello. El castigo de tu boca hecho perdón. Pagando previamente por ello un alto precio. Como el que te hubiese gustado.
Vernos condenados con unos grilletes falsos que al romperlos nos astillan los huesos, y creernos libres. Correr igualmente. No discernir ni caer en la cuenta de la magnitud del escenario. De la grandeza de la cárcel. Aquí tirados. Solo sin poder verte, ni a ti, ni a nadie. Cazando lo primero que se me pasa por las manos. Hoy me se presa de algo que no veo. Me atrapa el tiempo. La sed. Cuando duermo ya no despierto.
Un comentario en “Pisadas en mimbre”