Era la primera hora del día y apenas podía creer que volviera a encontrarme en aquel lugar. Era raro. Uno podía intentar entrar y no sería capaz de encontrar el sitio, a pesar de dar vueltas en la misma comarca durante horas. En ocasiones era imposible no encontrarse en su puerta. Me gustaba pensar que en algún momento tenía la opción de elegir. Entrar y sentir el mismo olor de siempre, en ocasiones un guiño nuevo, algo que se nos escapo en el pasado. Un detalle que siempre nos estuvo esperando y no supimos descifrar.
Pudiera ser el verdadero motivo, por el que en este viaje volvemos a encontrarnos con este viejo escalofrío. La misma vieja función teñida de nuevos gestos, insinuaciones de juventud, que no se equivocan. Volver otra vez al mismo sitio, una y otra vez. Carteles en las paredes que te señalan. Un cuadro con una cicatriz. Un nuevo saber, el tiempo que se nos hecha encima y pregunta por nosotros. Mañana no solo es otro día, si no un nuevo juego. Y sin embargo hemos amanecido aquí. La gente bebe despacio. La gente bebe despacio, y quisiera comentar sus problemas.
Todos saben de sobra que acá el amanecer se parece a la noche pero fuera los niños acuden al colegio y los que no aguantan ponen cara de pared y contra ella. Como si cualquier calle fuese el muro de las lamentaciones. No eres el que estuvo en este sitio ayer, y sin embargo debes pagar las deudas acumuladas. Escalones que subo y solo pueden ser observados de bajada. Hago lo que siempre quise, para lo único que valí desde pequeño. Calculo, y seguramente debiera preguntar hacia donde va tanto fuego. Quien alimenta al viento que luego consigue que nos devore el calor.
Somos carbón que solo espera una ráfaga de aire que lo avive. Te conoces y por tanto me observas. No soy el que quedrías que fuera, y me consume el humo. No siempre he tenido la misma sombra, que sin terminar de hacerme caso, termina por venir a casa a dormir. A pesar de jugarme malas pasadas. No me tiene respeto cuando la miro. Todo menos tu forma de sonreír, me importa más bien poco. Soy capaz de huir. Echarle la culpa a ella. Cambian los colores, la forma en la que sangró. Por no por ello puedo escaparme. Tengo mensajes nuevos.
Buenas nuevas que convienen. Me quedo en los sitios que en antaño nos hicieron felices, demasiado, y hoy en día vuelvo a visitarlos. Me sigo e intento convencerme de algo que en realidad no existe, pero con lo que podría vivir. Cada vez observo mis propios arroyos en el espejo soy incapaz de captar que todo siguió después de tantos fracasos. Que nada se espero a que recuperara el tiempo perdido, ni siquiera se molesta el tiempo en aprender nuevos trucos, ahora que se sabe nuevos gestos. Y la madera cruje debajo de nuestros pies. Los nuevos lugares saben a viejo. Y es que nadie cree que se pueda caer desde tan alto de pie. Lluvia de ceniza de un soñador. Filtros de cigarros sucios..
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