Tarjetas amarillas

Con la contrariedad en una mano. Midiéndose con los granos de arroz que se marchitan en el agua. Baterías que nunca llegan a cargarse y me mantienen incomunicado. La imposibilidad de llegar a ningún sitio a tiempo. Luces encendidas para ver mi propio despropósito. Lugares que debería conocer por las veces visitadas y me resultan todavía desconocidos. Olores comunes y manchas que me acompañan. Madrugo y me pierdo en los escalones. Subo y bajo hasta que se me hace tarde. Allí conozco a los seres que me acompañan en mis diversos viajes.

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Todos testarudos. Todos lisiados. A todos les debo algo. Sin limpiar el suelo nos deslizamos sobre el, y nos dedicamos a lo que menos beneficio nos da. Aunque nos haga reír, y podamos sacar alguna que otra colilla que fumar. Resquicio de las fiestas de otros. Se me forman nudos en el pelo en los que vivo. Todos tienen su historia, y un por que. Donde dejar de peinarme y donde me besaste por primera vez. Una esquina que doblar. Sentarse a escribir en el banco de un porque, a falta de un despacho que utilizo para dar fiestas, y saltar los muebles por la ventana.

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Jugar con los adornos como si fuese un niño, y volver a sentarme en el suelo contigo hasta poder verificar los daños y virtudes en el alma. Nada a tener en cuenta cuando andas a mi lado. Me suenan los huesos si no estas a mi laso. Como un aviso. Que no caminar muy lejos la enfermedad. Debería de buscarme algo que me calmara la ansiedad. Por ejemplo dar paseos con mi propia soledad y enseñarle a tirar piedras a los cristales del hospital. Parar los coches ajenos, hasta que me acerquen a algún sitio donde faltasemos el respeto a la sociedad.

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No ando calmo estos últimos días. Y busco ciertas malas compañías. Me alimento de las sobras que encuentro en los bares, mientras consumos bebidas nuevas de las que solo se el nombre. Y me paseo con libros que fortuitamente caen en mis manos. De cualquier vertedero u olvidados en el sitio más insospechado. Me enamoro de ellos por un cuarto de hora y luego los devuelvo a la calle. O los regalo a las enfermeras que tienen el privilegio de hacerme daño, sin que pueda hacerlas ningún reproche. Tal vez esa sea su mayor virtud.

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Les sirvo de modelo a los amigos que se dedican a dibujar con la manía de hacerlo entre bares y barriles, como si fuese un descastado. Copa en mano. A pesar que mi vicio sea buscarte de taberna en taberna. Para ir a parar a cualquier peluquería donde me disparan las esteticienes mientras me ofrecen agua de pepino o limón. A base de preguntas me desnudan el karma. Hasta que acierto contigo. Que siempre te has ido hace un cuarto de hora. Sea de una barra o de hacerte las uñas. Empiezo a encender la melancolía. Sin apagar las vanas esperanzas. Y los perros se acercan a mi. Se diluye la noche y las farolas prenden en un «Deja vu».

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