Tropezándome con lo que creía en orden. Repitiendo la misma operación una y otra ve. Sin ver solucionado ningún problema. La fechas que se nos echan encima. Pregunto a quien no existe ya. Entre sueños. Y un rayito de verdad. Deberíamos de saber cuando soñamos que parte vamos a saltarnos antes de despertarnos entre lágrimas. Botellas vacías y papeles doblados. Nos invitan a sospechar de alguna fiesta anterior a mi memoria. Cascarillada mi mente por los depresores. Intento hacer un tirabuzón al aire para salir ileso. Como si pudiera vivir otra vida.

En este mismo momento en el que salgo por la puerta, y en el que salgo por tu portal. El viaje hasta mi mansión de 30 metros cuadrados me parecen una odisea. Con las paredes enmohecidas. Disfraces para un día a día en los que no me reconozca. Y  aún así hecho una piltrafilla. Finales que nunca llegan. Tareas por realizar. Al fin y al cabo nunca me miento a mi mismo. Salto una y otra vez desde el mismo lugar, con miedo a matarme. Tan posible que ocurra como que no voy a dejarme. Tropiezo con diferentes obstáculos y personas que cambian de rostro y lugares.

Sin medias tintas. Discos rayados que escucho en el desayuno hasta que se terminan. Compadritos de andanzas. Con los que terminar perdidos en las horas en los que los relojes deberían de plantearse dormir en cualquier esquina. Avenidas que en esos ratos no conocen a nadie. Se plantean si volverlo a hacer. Escombros llenos de tesoros escondidos, en donde crecen flores. Sillas vacías, que pretenden a alguien mejor que tu y yo. Pelos largos que se pasean por las cantinas en busca de un paso de cebra donde cruzarse con mi pequeña verdad. Donde agarrarse de la mano para poder avanzar sin miedo. Velocidad a la que se enfrenta hora tras hora.

Con un cuerpo que para a la melancolía y las mentiras que se cuentan en los ascensores entre conversaciones sobre el tiempo. En los momentos de subida. Bajadas con ansias de desaparecer. Negocios rotos antes de empezar la partida. Creo que voy a empezar algo. Tapando el agujero de mi vaso y las palabras que suenan a traición, corroídas. Me voy a quedar sin ser el que retrocede para coger carrerilla. Morder la mano a los que se acerquen. Amenazar como obligación. Manchas en la ropa por ser incapaces de quedarnos parados.

Recetas médicas por el suelo. Intentando recuperar unas pastillitas que mezclas con los licores antiguos a punto de caducar, ya cuadras. Jarabes para la tos a través de una mina de un bolígrafo que se queda sordo y es incapaz de escuchar la suplicas. Notas y mensajes de Whassap que hacen imposible un trato con mi teléfono. Debemos de tratarnos a lo lejos, si no queremos sufrir las consecuencias. Rompiendo todas las sillas, hasta que nos aguantamos todos de pie. Y se nos duerman las manos de utilizar los lapiceros y no las grabadoras. Mientras intentas fumar, o relamer un chupa chups de nicotina.

Una pantalla negra en mitad de la mente. Darnos por desahuciados, ya sea en un hospital o en la calle. En una mitad fría. Imposible de gritar consignas que no creemos. Somos todo. Permanecemos rodeados de oro, y aún así por esas somo Ghetto. El lugar donde nacimos, el sitio que nos acogió. De donde nos sentimos.