Estaba esperando en medio de un restaurante japones, con un silencio sepulcral, nadie debería haber despertado de ese tipo de letargo. Verdadero. Una calma casi poética. Solo, con la vista fijada en las ventanas. Esperando algo que al final llegaría. De vez en cuando pendiente la vista en los carteles, que pareciese que entendiera, mientras al resto no pareciera simplemente «cool». aunque podrían tener escrito cualquier cosa. El sin embargo comprendía aquellos haikus. Esa luz que te traspasa y convierte un cotidiano en un continuo de momentos especiales. Las luces nos podían logran invadirnos pero solo el comprendía por que los focos estaban en un sitio u otro.
La gente se hacia vieja. A su lado simplemente mayor. Regenerando cuadrados en su mente, puzzles como un sudoku, donde todo terminaba por encajar. Todos nos encontrábamos en un sin sentido, o sin darnos cuenta solos. El sin embargo, en su espera acompañado, por su esperanza. Que en otro lenguaje se expresaba, buscando la puerta de entrada muy de vez en cuando, y no podía negarme a mirar con el. A espiar en pocas palabras quien entraba y salia en cada momento. Un poco voyeur, como el. Su realidad y la mía se cruzaban.
Me miro de repente a los ojos, me di cuenta que participabamos de un misma mentira, que aprobaba incluso. Y le hacia gracia. Un breve instante de complicidad. Como un pellizco e malicia sin intencionalidad. La puerta se lleno de humo, que escapaba, hacia años que estaba prohibido fumar en sitios cerrados, pero era un lugar donde esa complicidad se compartía. El humo se disipo por las calles buscando a quien intimidar, a quien inspirar una canción o un libro o un cuanto. A lo mejor mecerse por la perdida de un amor. Cosas del humo, los cigarrillos y los besos, que se pierden en el tiempo , y se quedan para siempre en la memoria.
Ella con su paso firme había entrado. Con la mirada escrutó hasta el último rincón de aquel garito. En un solo instante lo encontró. No estaba dispuesta a perder la oportunidad de rascar una impresión de aquel lugar con la mirada. Sin apenas olvidar detalles, sin apenas equivocarse. Con las luces apagadas, con tan solo la iluminación de la calle, en mi piso vacío. Tocando un piano nota tras nota, sabiendo que pudiera molestar a cualquier vecino. Si no fuese por que es una especie de garaje por el que se cuelan la inspiración, la mala iluminación, las ratas y todas las calenturas que oyen los huesos incómodos.
El y ella vuelven a repetir sitio, y no podemos evitar que las sombras se equivoquen, que quieran perseguir de quienes se enamoran, a quien pasear por los rincones, Arrinconar en las puertas que se abren. Los pensamientos que se guardan trastocando los detalles. El era escritor, ella misa de doce. Ella era los besos, el gestor de los que no se esconden. Gestos que no pasan de moda, Caricias conta los gritos. Abrochados en uno contra el otro, toda la noche.