Me explica cada detalle pero no funciona. No porque no lo entienda si no por que no esta de la mano de Dios el salir bien. Peleándose con el propio éxito. Y este le hacia burla en su propia noción de lo que esta bien o no. Imposible el levantarse a unas horas decentes, así que todos caímos con nuestros sueños. Intentando que algo que algún día de niños imaginamos, se cumpliera. Quizás era demasiado tarde. Tal vez eramos los mismos torpones de siempre. Así que lo único que escuchamos eran las sirenas que nos perseguían.

Ansiábamos libertad y esas pequeñas luces que se cuelan a través de las persianas. Que avisan que el periodo de guardia había terminado. No escuchábamos voces humanas desde hacia tanto tiempo que nos revolvíamos como animales. A pesar de esto, era lo que más nos gustaba. Andar con los huesos doloridos. Un paso más como si hubiese medicina para ello. Convenciéndonos que teníamos de vez en cuando alguna buena idea. Peregrinando, dando vueltas en mitad de un desierto. Y de repente algo que nos atraviesa, y a pesar de ello, mantener la calma. Mirarnos cara a cara con nuestra fétida muerte.

Caos en el cordón umbilical lleno de pus. Nunca se alegraron de los hechos que nos rodeaban, que provocamos, nuestras madres. Purulencias provocadas por nuestros propios poemas rotos. Si te cuento donde estuve anoche, me pararas a la mitad de la frase, para no ser cómplice. Se que no son lindos mis dedos, ni tampoco el camino que recorren. Ayer frío, y en la cabeza algo caliente. Tomando decisiones erróneas. Por las que tengo que pagar cuentas exacerbadas, antes que termine el sol de ponerse. No se si preferiría que me llamases después de terminar las cartas que escribí a través de cristales de bohemia, con los dedos, con tu nombre.

Alguien se cobrara todos los platos rotos y las uñas partidas en mitad de las plazas de cualquier ciudad. Todo tiene su fin. Y este no tiene aires de aceite esencial. Ni buenos olores. Se inyecta agua en mitad de la vena. Huele a hierba sucia. A humedad, a tierra fácil de remover. Donde descansan mis huesos que se niegan a quitarse los anillos con los que pelearon en las cantinas más sucias y en los que otros consideraron trincheras llenas de honor. Ambas llenas de trampas y golpes bajos. La única diferencia solía ser la calidad de los zapatos con las que nos agenciábamos las patadas en la boca.

No pierdo la oportunidad de huir como un ladrón de guante blanco, o una rata pordiosera camino hacia alguna carretera que promete el próximo besos de libertad. A pesar que esta vez tengo a mi lado a dos usurpadores cada cual de peor reputación. Todo debe de caerse en algún momento. Y en alguna pared hay que morir. Así que al grito de lo único que creímos recibimos al vil metal. Por las costillas, en la cabeza, alrededor del cuerpo. La garganta se resiste al grito de LIBERTAD.