Todo acumulado en el mismo lado. Puedo sentir bocados en los dedos. Precisos. Sin encontrar culpables de ello. Tan solo dolor. Se agravan mis sentimientos de culpa y mis botellas vacías por los lugares más insospechados. Pueden ser de lo que quieran. Y mí caligrafía se resiente. No encuentro salida. Todas las puertas taponadas por la basura. Doy vueltas y mis ojos se cierran a las oportunidades de luz que las ventanas me dan. Sueños y esto me hace mal. Puedo saber por sus gestos y sus llamadas a través de las paredes que viene a por mi.

Nos separan las vidrieras. Promesas cumplidas a medio compás. Puedo bailar valses sin que me puedan tocar. Se tornan crueles y grises los próximos días. Sin terminar. Horas que han de pasar. Hasta que pase esta devoción por el desastre y la tinta a medio secar. Volvieron los pájaros más extraños, y se vaciaron los vasos que contenían los tragos más amargos. Pereza por saber lo que nos teníamos que encontrar. Voces pausadas que intentan calmarnos, y yo encerrado. Contra el cristal donde te puedo adivinar la silueta. Y un cargador eléctrico que no para de darme descargas y una pequeña porción de calor.

Tirado contra el suelo. Intentando adivinar los pasos. Mientras se me cae el pelo e intento ordenar el desastre en que me he convertido. Un trozo de pan. Se puede convertir en el sueño de cada día. En la garganta heridas que mortifican de noche en noche.  Y no dejan soñar. Alguna excusa hay que poner. Puede ser el cansancio o simplemente saber que a pesar de estirar la mano no te alcanzo. Disfraces que no consiguen engañarnos del todo, pero que nos conmueven por un momento. Las penas pueden ser nuestras por un día. El decorado lo pedimos prestado a terceros.

Heridas que no sabemos sanar. Todo terminado, o casi por concluido. Con la vana esperanza que pueda cambiar algo, lo más nimio. En el último momento antes de ahogarnos con nuestra propia esperanza. Vallas altas, y agujeros por donde asomar la cabeza y creernos que podemos pagar un precio adecuado a los que piensan que decidimos hacer. Al amor que se fuga pasándonos como una niebla por la cara. Enfriándonos las sienes y la nuca, como un fantasma o la brisa de un río que se teme que se pueda secar.

En ocasiones saltamos, por un periodo corto. Antes que nuestra ropa se vuelva a enganchar en las trinchera de metal. A veces somos disparado antes de poder sacar la mano por encima de ese puente a otra realidad que no recurre a un número para llamarnos. Nos fuimos y no volveremos. Somos un dígito con apellido de heridas y pupas nonas. Alguien a quien no se debe nombrar. Alguien que se busca. Que se duerme cerca de ti. Anhelando tus sueños antes de tus despertar, que entiendas que nada tiene fin.