Pensar es lo único que me queda por hacer. Deambular por los mismos cruces de siempre, dar lugar a unas situaciones que se repiten con una regularidad diferente. Lo que debo y no pago con mi aptitud, y que al fin y al cabo no me importa. Viene a ser lo mismo. Anclado en un lugar en el que los esfuerzos por salir son en vano. Pasar por más posibilidades que se van acumulando en mi cuenta, y ser de sobra conocido por una especie de lugareños que se oxidan en sus propias comodidades. Dando lugar a mis peores padecimientos.
Cuenta de pesadillas que se acumulan cuando estoy despierto bajo los ojos y las manos que saben de sobra mi sitio y dolencias. Ellos y sus pupilas giran lo que ha de ser un sufrimiento en una estación que no consta de ninguna parada. Viajo a un páramo, a una casa en la que ella no esta, no termina de llegar nunca por mucho que yo la espere. Y entre nadas de todo lo necesario se me atragantan las palabras y las horas. Que son un mero trámite para que me ahogue con mi propia soga, hecha a medida.
En un lugar donde los relojes no dejan que el tiempo pase y marquen el mismo instante. Perenne, permanentemente para mí. No cambian, siempre lo mismo a pesar de darlos cuerda o adelantarlos con la mano. Al darme la vuelta las agujas vuelven a marcar lo mismo. Mi petate lleno. Dejar las maletas para ir aun más rápido, solo lo imprescindible. Ir en su busca y no perder la ocasión que no existe, hacia un lugar que marcado de la que nadie oye hablar. Salir de aquí, donde se repiten las escenas una y otra vez, continuamente y, ellas dan vueltas sobre si mismas. Para volver a un principio.
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