Confundiendo el como y el cuando, el donde y el por que. Todas mis respuestas eran erróneas. No tenían nada que las sostuviera. Podría haber preguntado a cualquiera y se hubiera dado cuenta que estaba masajeándo la zona equivocada del cerebro. Me daba cabezazos contra la zona más blanda de la pared. Absorbiendo el golpe, pensando que iba a sacar algo bueno de todo eso. Y lo único que tenía entre las orejas era un traumatismo craneal y sentimental. Daba palos de ciego que no me llevaban a ninguna parte.
Sin avanzar hacia ningún sitio, corriendo en círculos, navegando hacia el fondo, buscando mi propia muerte de forma dolorosa y lenta. Y además ponía cara de gustarme. El único disfrute que tenía era que entre golpe y golpe, los músculos parecían tensarse para esperar de recompensa una azotaina levemente más grande para que no notase el cambio al final del día. Caía derrotado, soñando con un cambio siempre pensado para mañana. Me licuaba yo mismo y, ahora que era capaz de verlo tenía difícil solución, debía de nadar hacia la orilla, a pesar de saberme desnudo en ella, yo mismo prendí la ropa por si algún día se me ocurría volver.
Mis huesos sonaban presos del peso y precio que les había puesto encima, y con todo eso me estaba oxidando por fuera y por dentro. Solo quedaban pequeñas luces a lo lejos de las ventanas. Separado de ellas por cerrojos, candados, puertas y cadenas. Ahora era el único momento de lucidez que me quedaba. Y posiblemente la última oportunidad de deshacer el camino hacia lo más oscuro que me estaba adentrando desde hacia tiempo. Cavándome yo mismo. No me arme de valor, ni de nada que se pudiera parecer, tan solo con la certeza que era mi camino y algo parecido a una esperanza. Así paso a paso me fui encomendado al sendero.
Después de haber dado deliberadamente palos de ciego por todo los lados imprecisos. Ahora me limitaba a seguir mi propia luz y ser etéreo como el vapor de agua caliente que me llenaba los pulmones. Alejándome de la niebla que llevaba años pudriéndome las vísceras y los ojos vidriosos que guiaban mis pies. Las guias cambiaban de colores, se movían de un lado a otro, se mofaban de mi sentido de la orientación. Las luces que creí que me facilitarían el camino, mi propio resplandor me aturullaba.
Apenas podía cerrar los ojos si no quería despistarme por un momento, perderme. El vapor oloroso fue sustituido por miles de esporas que recorrían en sentido inverso el camino a completar. Empezaba a no sentirme seguro, empece a dudar, era lo único que en ese instante era capaz de hacer. A su pesar, camine. Un día después de lo necesario fue nuestra llegada. A pesare de la rapidez con la que quisimos realizar nuestro trayecto, y con la fuerza que nos agarramos a una esperanza nueva. Tarde, si posiblemente, con los labios vendados por excrementos de pájaros y mentiras nuevas.
Desecho y a sabiendas de no volver a servir, de quedarnos mudos y viejo. Hasta aprender que el camino es la huida. En cada momento construir a pesar de llegar mañana, enseñar los recovecos de la suerte a los nuevos desesperados. Trucos nuevos. Sonrisas de maniquís. Escapadas de altos vuelos.
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