Se me agolpan los temores, pero no quiero darle importancia. Tampoco soy capaz de pasear sin mirar hacia atrás varias veces cuando salgo de casa. No se siquiera lo que hago. Varias pisadas y gritos indecentes, que me recuerdan quien he sido, y en lo que me he convertido. Algo espantoso por antonomasia. Libro de las obligaciones que no desean verme ninguna de ellas. Me deben de considerar infame. Los horarios se fabrican para la decencia y esta me dejo por imposible hace ya años. La casa se incendia. Y acumula platos sucios, unos encima de otros.
No debo negar que doy gracias a la cantidad que tengo de estos a pesar que en días no pruebo bocado, y me declaro insumiso a la comida. Sobrevivo a base de café y lapiceros que me guían en mis escritos. Disfruto con ello. Para mi es más que suficiente. Yo y mis sillas cojos, en una mesa de madera que recibe mis papeles con alegría deborándo lo que pongo en la punta de la pluma rota o los bolígrafos oblicuamente torcidos, y los papeles en blanco. Los días se vuelven negros, y es allí donde sobrevivo. al calor de una dama que me señala donde con júbilo debo de dirigir mis pasos y ventoleras. Posar mis alas.
Todo aquello que siento, tildes, comas y puntos sin que olvide nada excepto mis paseos. Puedo ver durante horas mi pequeña chasca se sentimientos inocuos, de los que la mayoría encontraría irrisorios, pero a mi aun me laten y me hacen sentir semivivo. Hacen que me lance a la calle a desenfundar esas pequeñas locuras que no están catalogadas y sacan una sonrisa a mi rostro. Me persiguen las delicias, y las devoro, una y otra vez, Hasta que hago de mi vida algo tan alegre y mundano que es imposible sacarme de mi esperanza, por todo lo que me rodea.
Una y ortra vez gira la noria de versos y abrazos, de vez en cuando se nos cuela un alarido, que nos parte como un cristal mal templado. Licores de besos nuevos a cada quien que se acerca a un mundo desdibujado a medida, donde no se puede sostener más que la alegría y los solsticios, una vez más un trozo de tez inacabado. Creí que los trozos de sangre que dejaba por el bosque me podrían abandonar, convertirme en un solitario. Lo que encuentro son amigos que curan las heridas de este trasnochado.
Trajes infames y perillas sonrientes bajo los bigotes de unos amigos que enseñan los dientes después de una sonrisa, terminando unas canciones con las que no se atrevieron los cantantes. A la hora de comer, los cubiertos llenos de reflejos sobre los cuencos vacíos, desafiante reflejos de sabia certeza. Todos reunidos alrededor de unos detalles que despilfarramos. Amistad sostenida por nuestros tragos largos. Nuestras noches alrededor de los mismos temores y besos robados.
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