Ranas a tropel

Se pronuncia la acidez en mi estomago, y me quedo mirando mi imagen reflejada en las pantallas apagadas. Como si fuese un mimo encerrado en ellas. Apenas puedo oír lo que pienso. Sus voces atronadoras las que toman el control por mi. Hasta los huesos. Cambio los días por olores rancios, que son los que me indican cuando hacer los movimientos y las diferentes comidas. . Las estaciones no se diferencian unas de otras. Tan solo existe un calor sofocante, que me ahoga. Y un frío que no me deja respirar sin que se me congelen los pulmones, y no da más de si. Puede ser que uno sea la mañana y otro la noche.

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Encerrado en mi, los soy incapaz de diferenciar. Espero algo, sin ser capaz de racionalizar muy bien el que. Pelos por encima de la comida. Que soy incapaz de apartar. Una suciedad implícita en todo lo que me rodea, que me come los pies. Algún día tendré que decidirme a limpiar. Me rodeo de lo mejor hasta que lo corrompo. Y algo que no acierto a adivinar me esta partiendo las alas. Me deja del lado de la putrefacción. Me aprieta la cabeza hasta el fondo.

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Discos que no volveré a escuchar de sonido base. Se que no es la hora de mi muerte, pero si tal vez la de desperdiciar los minutos más importantes de mi vida. Lisiado emocionalmente. Vuelvo y doy vueltas como una noria. En un caballito roto. La figura más fea. La belleza es subjetiva, la seguridad no. Sillas vacías. Gente que no se presenta para ver el espectáculo. Aun así la función continua. Clava sobre mi puñales, y rompe sobre mi cabeza una díadema de cristal. Sangrar no es mi fuerte. Pero hoy lo hago en torrente, me dejo caer como un manantial. Me desangró para disfrute de las personas que jamas vendrán a ver este divertimento.

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La aguja del tocadiscos almacena polvo mientras reproduce pequeños singles de aire antiguo. Marcha a su compás. Y yo sudo. Haciendo mio ese mal olor que caracteriza a los reos. Pruebo con mis amuletos. Algunos de ellos han cambiado de color, destiñéndose contra mi pecho. Lo mismo ocurre con mi bello púbico, y a mi pelo. Ninguno quiere ser testigo de lo que venga a pasar. Barba descuidada de hace un par de semanas, alrededor de una boca que se muere únicamente para volverte a hablar.

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Escape de los enfermos. Difiero con mi cordura, y con los platos huecos, y la cuenca de mis ojos, que pretenden atestiguar que vivo de noche, pendiente de la luna, agarrado a la oscuridad. Entre números de teléfonos que me niego a descolgar. Luces un tanto inquietantes. Vasos con hielo a medio llenar, de licores tan antiguos como mi edad. Pendiente tan solo de tus vaivenes por el portal. Que duermo entre los coches. Que rezo a tu soledad. Que me abro y cierro el pecho cada vez que nos vemos. Que nos aliviamos la vida. Que esa es mi forma de ser y estar.

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