Con las luces apagadas, y una velocidad disminuida me dirijo al frente. Parece mentira como el coche se ha convertido en una prolongación de mi mismo. Señales para que pare, a las que no hago ni caso y, gente en la calzada que se acumula. Los accidentes pueden atribuirse al destino, a una suerte echada justo antes de torcer el volante. Pero las personas que tengo delante parecen haber volcado por voluntad propia. A ciencia cierta. Me niego a recordar lo que vi justo antes. El calor del asfalto se confunde con canciones antiguas.
Todo lo que pudiera acumular se deja caer sobre su frente, todos sus recuerdos. Nadie va a esperarles ya. Sigo hacia delante y me reduzco justo junto al coche peor parado. Lleno de gente, pero ninguna habla. Tampoco es el mejor momento para hacer comentario alguno. Las ideas y los besos que se llevaron tampoco creo que vuelvan. A pesar de dejar luces encendidas. Que con alguna que otra lagrima se vuelven a apagar. Signos acuosos que se pegan en las manos y en la memoria hasta hacer una pasta con ella que vuelve cada noche y tacha efemeridades. Sigo adelante. La carretera sola.
Como si esperase a que contara algo a la intimidad, y solo se le ocurriesen dudas y un pequeño poso de depresión. Tarde o temprano la verdad sale a flote, y yo no era un gran amante. Si quiera era capaz de mantenerme alerta de mi mismo. No era capaz de recordar lo que me decía cinco minutos antes. Lo que oigo y lo que escribo no se complementa. Tengo ganas de llegar y saber que es lo que me espera. La sensación de andar sobre puentes quemados no me abandona. Las mismas palabras que desordenadas significan lo contrario.
Miro alrededor, a un lado y el otro. Nunca llevo compañero de viaje, lo que me permite dudar solo. Una taza de mediocridad y cafeína. Algo que me mantiene despierto. Observando las manchas de los adoquines. Tienen historias que se niegan a contar. Ando solo y despacio. Cada vez la luz es menor, y las farolas se encienden dejando una de cada tres ciega. Como si fuese un código.No me puedo ver reflejado en el cristal pero intuyo que esto va para largo. Y no quiero que dure menos. La radio me canta, y las canciones se vuelven preguntas que no supe responder a tiempo.
Doran una idea que se asemeja a algo que pense hace tiempo ya. La gente que pasa por nuestro lado va dejando un poso que emborracha como el vino y cuya resaca no se pasa. Se clava hasta dejar poco a poco una cicatriz que somos incapaces de mostrar. De vez en cuando se ríe en el espejo. Mientras espesamos nuestros propios caracteres.Con todo el horizonte para correr y con la sensación de no llegar a ningún sitio nuevo. Casas viejas, de otros, que terminamos por ocupar. De hacer nuestras por una noche.
Olvidándonos objetos poco personales y robando los libros que nos hacen falta. Unos escalones que terminamos por bajar, y no reconocemos cuando suben. Cuadros que nos miran desde la pared. Intentando no convertirnos en uno de ellos. Haciendo camino.
Un comentario en “Dos teclas”