Andar por si solo. Deambular por el camino de baldosas grises que me marca un destino aun no escrito. ¿Hacia donde? . No lo sé aún. Me imagino que uno sale de casa con eso decidido, pero no acostumbro a hacer cosas demasiado normales. Si me dejo llevar creo que encontrare lo que busco o por lo menos lo que merezco. Como ráfagas de un flash, que vienen a decirme en que me he convertido. Andar sin más. Un parque que cubre mis pequeñas necesidades. Por ahora son pocas. Me conformo con que nadie sepa que no se donde me dirijo.
Y me confundo con el tumulto. Hace tiempo me quería, y yo también la quería mucho a ella. Así que su casa me pillaba de camino por este mismo sendero. Ahora soy naufrago de mis propios sentimientos. Una vez terminen los árboles y el griterío de los niños estaré perdido. Puedo bajar hacia el estanco y fumar un cigarrillo tras otro en su portal. Hasta que decida llegar o tirar hacia la casa de apuestas, para ver mermar mis ahorros en frente de la ruleta o una pantalla con los resultados de las carreras. Haga lo que haga sigo siendo el mismo pero por la mitad. Sin ella.
Aun camino por el parque que se me hace un secarral de sentimientos encontrados. Y a cada cambio del segundero del reloj cambio de premisa. Ahora espero, ahora abrazo mi propia idea del hombre nuevo. Mis propios pasos me llevan al conservatorio de música y me siento en un banco que da a las vidrieras que ocultan a los estudiantes. Puedo escucharlos. A ellos y a su música. Destrozando en ocasiones a los clásicos y en otras a mi. Todas las sonatas me traen recuerdos. Me devuelven a un espacio que no es mio. Pienso que es patrimonio de una felicidad que debe pertenecer al mundo entero.
Como los domingos por la tarde, y su modorra. Cruzo los dedos. Saco de mis bolsillos un pañuelo de papel, me debo estar costipando, o mis propios pensamientos me ponen enfermo. Me sube la fiebre y siento frío. Pero no me muevo de este banco donde puedo escuchar la música de los noveles, y me alumbran pobremente las luces de sus clases. Decido por una vez hacer algo valiente. Por que no. Todo se ha empañado con un sabor a derrota, que se queda en la garganta, y no es dulce.
Así que caminito a su portal, hago mi trabajo para interponerme al destino, sea el que sea. Hoy seré yo el que fuerce un par de besos o unos tortazos en mitad de la calle. Buscándola. Poniéndome en medio de las vías del ferrocarril de lo que no entiendo. Unos pasos. Uno detrás de otro. Y a encarar el sino. Puedo sentir algo debajo de las botas. Pienso que son alas, pero simplemente es el agua de la lluvia que ahora se agolpa contra mi. Como de un crimen se tratara. Intentándome parar. Avisándome que ya estoy viejo para tales fantasmadas.
Incauto de mi, me tropiezo con el agua, soy incapaz de dar dos pasos sin salpicarme la cara de verguenza, sin ser el fulano aquel que no no ve más allá de su torpeza. Me quedo solo. Ya no volveré a coger este camino para estar de vuelta. Sus besos ya no son mios, ni el sendero de sus botas. Que ahora persiguen a otro más alto y más guapo, tal vez con más delicadeza. Ahora es otro en frente mio, un tal mengano al que recibe con la boca abierta.