Golpeando puertas. Pensando que detrás de alguna se encontrara algún tipo de respuesta. Me sangran los orificios nasales. Tal vez por la espera o por la propia indecisión. Son los nervios. Una vez más los nudillos chocan contra la madera. En busca de una solución rápida. Por supuesto no la encontrare. Cenizas en el aire que respiro. Tal vez por fin me merezca un día para mi mismo. En algún sitio cálido en que no me cueste pensar. En el que no deba hacerlo. Me dejo llevar por este sopor. Y me tiro al suelo. El tacto con el piso me vale de consuelo. No me conseguirán mover. Y que pase lo que tenga que pasar.
Hasta que me encuentro lleno de excrementos. La gente pasa y no se para a mirar. Alguno me salta, con más o menos suerte. Dejando derramar el contenido de sus vasos. Debo de estar vivo. Es una presunción. Como la de mi inocencia. Arrancada nada más nacer. Por si un por si acaso. Pastillas de colores se pasean por mi memoria. Alguna debí ingerir. Ninguna para mi enfermedad. La epilepsia se reproduce. Y puedo notar todos los huesos desgastándose de sus coyunturas. Es como correr un maratón sin moverse del sitio. Termino agotado.
Y en la mente un flash que no se corresponde con nada conocido. Como tocar las estrellas y te fulminaran con un calambre. Normalmente noto cuando viene. Como una ola en el mar que se acerca y te derriba. Lo malo es cuando vienen unas cuantas seguidas y te impiden ponerte en pie. Lo único que consigues es ahogarte. Miro el tiempo que hará sobre mi cabeza en el ordenador. Dan lluvias, así que volveré mojado allá donde me dirija. Tal vez un principio de hipotermia. Que se le va a hacer.
Mis movimientos buscando puertas nuevas debe de parecerse a algún viejo rito o baile para atraer al agua. Como una tribu sioux. Lo busco y no lo encuentro. Debe ser el momento idóneo para que el destino se tome un respiro. Yo si quiero puedo volverme loco o coger una rabieta, pero desistir por unos instantes tampoco puede ser tan malo. Tampoco los resultados eran demasiado halagüeños. Tirado en la mitad de una acera. Sin tener nada que hacer, excepto encender cerillas y tirarlas a medio arder. Me improviso una casa de cartones y miro al cielo. Se podría decir que tengo un hotel de mil estrellas, todas ellas flagrantes devolviéndome la mirada.
Pensando que se pasa la noche en vela para nosotros, dando vueltas como yo a mi cabeza. No se que voy a hacer hasta que llegue mañana así que improviso un paseo que no le de pie a la tristeza. Debajo del cielo, andando solo. Caminando entre el resto de la gente. Ataviado con cosas que encontré aquí y allá y un par de libros que salve de la papelera, Me puedo sentar a leer en cualquier banco y contar monedas para la cena. No son muchas pero llegan para un bocadillo. A veces de pan. Otras ocasiones con algo más en medio.
Supurando madrugadas. Andando entre las baldosas, por las calles que de día son de la gente y por la noche destilan magia. Ocultándonos entre nuestra fama. Solicitando versos a la luna. Deambulando entre el frío de las llamas. Noches despierto.