A rebufo con los mensajes que voy recibiendo. Incapaz de contestar. Unos por que no se como afrontarlos y otros por que no me da la gana. No suelo ser simpático las 24 horas del día. De hecho incluso el señor del espejo debe de aguantar mis borderias de tanto en tanto a primera hora de la mañana. Esa que nos esconde sin un café. Llega un mensaje corto. De esos que te vuela la cabeza por su sinceridad. Y no puedo arrepentirme de ser aquel que se esconde habitualmente tras de la maleza. Me pide pruebas de quien soy.
Y notas de embargo sobre mi persona. Que confiese esas travesuras que solo sabemos tu y yo. Al otro lado de la carretera. Donde la música se escucha un poco más bajita y nos comunicamos con las manos atadas, con la ilusión de pasar a ser un pecado atroz. Otra tarde, en otro lugar donde envisten las mismas ganas y me dejo seducir por tu voz. Donde lo dulce y los quiebros vienen de dos en dos. Un día disparos a quemarropa y al instante roces de consuelo que minan la moral de este pordiosero que se esconde en las tinieblas de lo insólito, y la blasfemia contra lo natural y púdico.
Lo normal nunca pasa cerca de nuestro frente y eso lo tenemos que agradecer al fin y al cabo los dos somos soldados en contra de la norma y nos entendemos bien con un diálogo de besugos, que de tus labios encuentra esplendor. Una imagen pausada que arremete contra el futuro. Y ambos doblando su intención. Gota a gota llenando las tazas de café que nos harán aguantar toda la madrugada hasta vernos reflejados en los cristales ahumados de los taxis que separan destinos. O en los hospitales y sus máquinas expendedoras con su risa.
No conozco nada más romántico que pronunciar tu nombre a solas. Cuando todos han abandonado la fiesta. O el propio cuarto de hospital. Recordar que pisaste el mismo suelo por el que me deslizo, y dejo caer mis papeles en la idea macabra de no volverlos a ordenar nunca más. Hasta que los vuelve a depositar sobre la mesa la señora de la limpieza con total pulcritud. Vuelta a empezar. A darle vueltas a tu nombre y los recuerdos que ayer dolían, y hoy me hacen llorar de alegría. Donde quiera que estés para desearte lo mejor y más bonito.
Aunque para ello tengamos que volar un coche y subir las ventanillas hasta esperar que estas revienten con humo en el interior. Cuenta atrás. No me acostumbro a que vuelvas de vez en cuando y me quedo perdido entre lo abstracto y lo concreto. Siempre eres en mitad de la noche, cuando me asomo por la ventana y observo que llueve. Huele a ti. El perfume a tierra mojada del que se impregna todo, y vuelves. Delante de un espejo con velas pregunto por ti. Y vuelvo a verte, sin que tú lo sepas, y reincido en quererte sin que me lo pidas. Y a sabiendas de tus deseos, cuando silvas regreso entregado a ti.