Con los nudillos ensangrentados. Un bonito principio para una historia que se esta esfumando por momentos. Alguien se molesta en recoger el testigo. Lleno de migajas que impiden el sueño. Con una cuenta corriente que cambia de dígitos constantemente, incapaz de realizar un pago. Mañana no sera otro día. Tan solo un festivo en el que nos rechacen los números rojos en los que se encuentran nuestras fechas más señaladas. Solos y sin un solo brindis. Una oportunidad nueva que se va por el desagüe. Como una taza caliente que abrasa los labios. Con el paso cambiado. Uno no termina de recorrer el camino. 

Un tema más con el que no hablar con nadie. Abandono todas mis credenciales a un neceser que contiene toda una vida. Veinte centímetros de higiene y objetos personales. Lo único que me acompaña. Esta vez esperamos a ver algo más de la próxima ciudad que todas las calles del barrio rojo, y las imperfecciones donde miccionan los barbudos y borrachos que suelen darme cobijo por las noches. Un soplo de aire nauseabundo que llevarme al paladar. Tiempo que corre detrás mía y al que pienso dejar que me doble en esta carrera contra mi estupidez. Signo inequívocamente humano.

Un paquete que llega antes de la hora y al que me niego abrir. Contenido sucio y roto. Como las horas en navidad enfilando a un pavo o a los párvulos que no se quieren ir a dormir. Otra noche en vela. La trama de la inconsciencia. Móviles que se apagan aburridos de recibir llamadas de gente que se creen que nos conocen o nos quieren, y son incapaces de pagarnos la fianza. Esta madrugada dormiré en comisaria, con los alegres murmullos de inocentes, y nos valdremos unos de otros para pasar un buen rato. Golpeando las rejas y cubriéndonos las heridas con esparadrapo.

Uñas largas que recorren las heridas de otros días, y que terminaron por cicatrizar sin acordarnos ya muy bien donde fueron a parar las lágrimas que nos sellan en ventanilla. Un peaje más. Fetiches de andar por casa. Suculentas pruebas de que seguimos vivos. En el gallinero de la vida, o con un poquito suerte en la segunda fila del vodevil más aparatoso en el que escribimos nuestras memorias. Entre bambalinas nuestros dobles, sin ser muy conscientes que van a jugarse la vida a cada instante, como hicimos nosotros, como no vamos a dejar de hacer a pesar que los amaneceres insistan en suspender la función.

Un atajo que tomamos tan solo para aprender nuevos caminos. Frases desordenadas y persianas que se suben para que entre la claridad después que los amantes encontraran cabida el uno en el otro. Con otra luz más divertida. Ver el paisaje diferente de cada ciudad con un cigarrillo en la mano. Apoyado en el alfeizar, preguntándonos cuando perdimos el tren y por que desapareció también la estación. Mudándonos a cada urbe todas las mañanas. El  no volver hacer más sin ti. El sin vivir de las mentiras austeras y las copas piadosas.

Levantadome solo. Apenas encomendándome a mis santos. Con el paladar anestesiado. Recordando vagamente la noche anterior. Todo se disuelve como un terrón de azúcar pero con un sabor bastante lejano. Quisiera prepararme algo caliente pero son hielos lo único que queda en la nevera y alguna que otra cosa que contiene alcohol. Rezando a un Dios prohibido. Vuelvo a sentir ganas de acostarme, y por mi cabeza se pasean spots publicitarios. Otra vez esa desgana. Creo que debería de tratarme, pero no se de que. Con el humo dándome de frente en la cara. La noche de ayer fue como escribir una carta de la que no recuerdo el remite.

Debo de empezar a moverme y no se hacia adonde. Volveremos a empezar con el pie cambiado. A gatas. Suena música que no acierto a averiguar su procedencia pero al fin y al cabo ameniza y amansa a la fiera que llevo dentro. A ritmo de jazz. Algo loco. Nadie se pasea por mi casa. Siquiera por los aledaños. Debe ser un día muy frío Y sin embargo siento una especie de fiebre que me esta quemando por dentro. Las medicinas no me gustan. Así que me serviré algo en un vaso que espante mis manías y neuras.

Enfrente de mi un espacio en blanco, un día de estos comenzaré he de decorar las paredes para que esto parezca una casa. Un espacio mio. Y no una ratonera. La pantalla del móvil pregunta por mi. Deben de ser siempre los mismo que se olvidan de dejar llamadas perdidas. El buzón de voz colapsado. Deberes nuevos esa debe ser la nueva idea. Mientras a mi me surge lo contrario en la cabeza. Debería de haberme criado en una pecera con su agua calentita y su buzo ridículo en el que cagarme encima. Pero así están las cosas.

Volvemos al tiempo inútil donde los pomos de las puertas nos devuelven a la realidad. Un cerrajero me cobraría una barbaridad por encajar el mio y volver donde sufriste esta soledad. En la que muy probablemente encontrare a alguien durmiendo detrás del sofá, pero nadie es perfecto. Seguramente el entienda por que tengo más de tres cepillos de dientes. Incapaz de encontrar el mio cada día. Además de ser un buen anfitrión para quien quiera compartir conmigo mis desdichas. Soy un poco torpe para acordarme de los nombres de la gente pero no para ofrecer cobijo, algo de beber y un cepillo de dientes al amanecer.

La ducha me espera y con ella mis cánticos matutinos. Dependiendo con que me arranque supongo que así sera el día. Ultimamente me ha dado por el metal, y las expectativas han decaído. Puedo esperarte una vida. Pero esa me esta costando el hígado y parte de los pulmones. No se de que, pero de algo seguro que tengo dos. Posible que el alma o la vida. Pues ya me he sesgado una de ellas en este tipo de espera. Tengo nauseas pero no le voy da dar la alegría a nadie de arrojar.

Permaneceré incorrupto como si de un santo se tratase y después espantare mis demonios uno a uno en la madrugada. Perdiendo el tiempo de los relojes de arena. Si no atardece correrré las persianas y me invitaré a otra noche demencial. Esperando a que me quieras a tu lado. A tu vera.

Con el pitillo en la mano. Socorrido para ahuyentar el hambre y otros demonios. Con el síndrome espacial de quedarme en blanco a cualquier hora del día. Pueden pasar horas y no dejo de mirar las paredes, con las que te limpiabas las manos justo antes de levantarte. Me duele todo, debe ser producto del frío y el humo. Atraviesa mi piel y no pide perdón. Se sienta a mi lado y acompaña mis pasos preguntándome si sufro una crisis. Como saberlo si es como vivo día a día. Me salto una de mis promesas cada hora y así soy capaz de aguantar un poco.

Fijándome en detalles que antes no sabia que existían. Apago el teléfono. Apenas suena sino es para anunciar calamidades que persiguen mi atontada atención. El teclado se ha desconectado y soy incapaz de volver a revelar ninguna de las confesiones que te hice en antaño. Se me juntan los dedos y se me quedan pegados. Latas de galletas donde guardo los recortes que me interesan y son incapaces de intercambiar sentido unos con otros. Hasta que los prendo fuego y vuelvo a empezar. Miro la nuca de los conductores de autobús que dirigen demasiado rápido y no por ello llegamos a ningún destino deseado.

Allí te vi por primera vez. Hablando con la gente sobre donde venias, comentando que era imposible llenar las maletas con todos los sueños que pretendíamos alcanzar en el lugar donde llegásemos. Yo me pierdo y sigo conversando con personas que son invisibles para el resto. Sus respuestas se pierden y yo con ellos. Tal vez debería de haberme bajado hace mucho tiempo ya, pero pierdo la consciencia cada vez que coincido contigo. Guardo la pequeña esperanza de tener juntos las mismas heridas. Canciones fermentadas que producen un sonido totalmente putrefacto, y se cuela hasta lo más hondo de nosotros.

Moviéndonos a su ritmo, siendo capaces de tocar los colores. Otro momento más de éxtasis que no podremos recordar una vez nos separemos. Me quemo las manos con el mechero, es la única forma de entrar en calor, y dejo que el fuego tiña de negro mi carne. En estas ocasiones me pregunto de que color tendrías el alma justo en el momento en que gritas mi nombre. Yo me quedo parado en mitad de la calle con mi humo, y mi hambre. Como un letrero hueco que solo tuvo que decir hace tiempo.

Las persianas se bajan y no queda nadie en las avenidas. Pocos enamorados en los parques, y eso me pone triste. Ahora estoy por debajo de la media. Solo, intuyendo el frío en los soportales, y con las llaves equivocadas, perdido. Después de ti, solo queda escarcha.

Empezar un viaje que no terminara. Con sabor a tierra. Días que pasan y se acumulan en la cabeza. Sin encontrar ningún principio aparente. En un camino en el que nos torturamos por puro vicio. Directos de nuestra vida real y dejar que se desvencijen de poco a poco, con la única obligación de no volver a verlo. Aviones que cambian de sentido sin tener muy claro que terminan por determinar nuestros sinos. Dando tumbos entre un mundo y otro. Con la mente zumbando entre colores diferentes. Puede que me crea que el tiempo pueda ser algo que se pueda medir, y no algo que nos golpea en la cabeza.

En una balsa que se niega a atravesar ningún pantano. En mitad del agua sorteándonos entre un naufragio y volcar para sentir el agua invadiendo nuestros pulmones y cerebro. Hay quien gano guerras, nosotros perdemos nuestras propias lágrimas, consiguiendo que no bajásemos la guardia en ninguna de las batallas. Como partisanos. Nos preguntamos nuestros nombres frente al espejo, lleno de vaho, que devuelve un reflejo diferente cada día. El mortero de nuestros pasos nos cambia el rostro. Y los intestinos no nos terminan de responder, cambiando de mano el destino.

Me pregunto a mi mismo que es lo que salgo a buscar en cada momento, y si de verdad merece la pena, claro que lo hago, siempre al final del día. Después de haber dado tumbos por cada esquina glaseada por toda la mierda que es capaz de inventar. Trozos muertos del fuego que nos inflamo antes. Lo que conseguía que nos movieramos. Ahora es el canto muerto de alguien que se asoma a la terraza a altas horas de la madrugada. Buscar inspiración es lo menos recomendable. Hacernos esperar a nosotros mismos. Trampas como dos gotas de agua.

Llamadas de teléfono de desconocidos a las que contestamos sin saber, y dejamos que hablen largo y tendido. No te pienso contestar, eso lo dejo para los días impares con que me levanto con el pie izquierdo. Y trazo una espiral hacia un desayuno de licores y falta de aire puro. Me propuse escribir para evitar pensar en esos días pero prefiero el gris en el cielo que las tormentas que se acercan a mi, en este presente incierto. Debe ser la suciedad en las uñas o que me estoy volviendo un poquito más ruin pero no lo puedo evitar. Es mi corriente. Y me dejo llevar.

Las pastilla desperdigadas, no acierto a cual debo de tomar, y si, me atraen más las que se esparcen por el suelo. Hoy lo dedicare a los colores. Mañana a las formas. Si hay algo que curar me imagino que el viento se ocupara de ello. Yo no tengo humor para esto. Se acaba, y no hago otra cosa que empezar una y otra vez. Como si los viajes fueran a saber que terminan en el fondo del vaso. Y nunca he aceptado  retroceder. Un nuevo día. Un nuevo hallazgo. Me despiertas de vez en cuando, al caer la tarde, perdí la cuenta de lo que es un horario. Invertido, al caer la noche por un nuevo sol. Fustigo cada idea que no tenga sabor estrafalario. Vivo de noche, de color oscuro. Cuando se que sueñas. Sin reproches.