Con el pitillo en la mano. Socorrido para ahuyentar el hambre y otros demonios. Con el síndrome espacial de quedarme en blanco a cualquier hora del día. Pueden pasar horas y no dejo de mirar las paredes, con las que te limpiabas las manos justo antes de levantarte. Me duele todo, debe ser producto del frío y el humo. Atraviesa mi piel y no pide perdón. Se sienta a mi lado y acompaña mis pasos preguntándome si sufro una crisis. Como saberlo si es como vivo día a día. Me salto una de mis promesas cada hora y así soy capaz de aguantar un poco.
Fijándome en detalles que antes no sabia que existían. Apago el teléfono. Apenas suena sino es para anunciar calamidades que persiguen mi atontada atención. El teclado se ha desconectado y soy incapaz de volver a revelar ninguna de las confesiones que te hice en antaño. Se me juntan los dedos y se me quedan pegados. Latas de galletas donde guardo los recortes que me interesan y son incapaces de intercambiar sentido unos con otros. Hasta que los prendo fuego y vuelvo a empezar. Miro la nuca de los conductores de autobús que dirigen demasiado rápido y no por ello llegamos a ningún destino deseado.
Allí te vi por primera vez. Hablando con la gente sobre donde venias, comentando que era imposible llenar las maletas con todos los sueños que pretendíamos alcanzar en el lugar donde llegásemos. Yo me pierdo y sigo conversando con personas que son invisibles para el resto. Sus respuestas se pierden y yo con ellos. Tal vez debería de haberme bajado hace mucho tiempo ya, pero pierdo la consciencia cada vez que coincido contigo. Guardo la pequeña esperanza de tener juntos las mismas heridas. Canciones fermentadas que producen un sonido totalmente putrefacto, y se cuela hasta lo más hondo de nosotros.
Moviéndonos a su ritmo, siendo capaces de tocar los colores. Otro momento más de éxtasis que no podremos recordar una vez nos separemos. Me quemo las manos con el mechero, es la única forma de entrar en calor, y dejo que el fuego tiña de negro mi carne. En estas ocasiones me pregunto de que color tendrías el alma justo en el momento en que gritas mi nombre. Yo me quedo parado en mitad de la calle con mi humo, y mi hambre. Como un letrero hueco que solo tuvo que decir hace tiempo.