Mes: marzo 2018
Estadísticas deshechas
Me despierto de noche, incapaz de conciliar el sueño. Doy vueltas sobre la cama e imagino todo tipo de cosas. Hasta que llega ese escalofrío y me diluyó, como si me desbordase y supiera a ciencia cierta que no soy yo quien esta ahí. Desdichas que vienen a verme de sopetón y no queda más remedio que atenderlas. Sabor dulce en la boca que se agria poco a poco. Hasta que me incorporo. Una cita con todo lo que se me viene encima. Tardes que pudieron convertirse en algo y quedaron al amparo de una luz amarilla que se trago todo.
Manchadas de barro y un reloj de arena que es capaz de oír como se arrastran los muebles de los vecinos. Otro día más en una encrucijada donde me juego todo a cara o cruz sin poder ver con claridad el final del camino. Tampoco lo esperaba. Pero me pesan los brazos y tiro de cualquier equipaje que pueda avasallar mis pasos. Tengo la sensación de elegir siempre la vereda más fría, a pesar de encontrarnos a 40 grados. Al poco tiempo me cubre la nieve hasta las rodillas y las plegarias de los falsos profetas me hacen sabañones en los nudillos y las orejas.
Vuelvo a levantar la mirada y respiro hacia adentro. Tal vez sea capaz de encontrar un sitio donde volver a cerrar los ojos al calor de una idea y me merezca la pena. La cerveza de barrica y algo que comer que no este tan crudo como mis ideas. Lo que consigo ahora que me estoy ahogando a cada paso, me siento fantasía. Todo tirado por encima de la mesa. Lleno de suciedad, soy incapaz de reencontrarme conmigo mismo. Mientras la porquería me cubre. Días vacíos. Aún intento enderezar mis amaneceres, vertiéndome por ambos lados de la cama, como si me derritiera.
Las dudas no dejan paso a nada que se parezca a la calma. Remordimientos por todo lo que hice, mucho mejores que por todo lo que me decían que no debería hacer. Casualmente todo sucede de noche. Justo después que el día pudiera echarme el aliento y nos quedásemos en un arcén. El alba siempre nos pillo de retirada. Aromas que se esparcen en las pocas horas en las que dormimos. Me recuerda algo y no puedo parar de evocar musas que vienen y van, pero siempre se dejan algo. Me imagino que tengo mucho que agradecer y más cuando todo se queda en el aire.
Aun solo paso de recogerlo. Con lo lejos que queda cada zancada, en lo que otros llaman valle de lágrimas. Una especie nueva en esta tierra que se dedica a deambular con los ojos fijos en otro lugar, allí donde se sumergieron todas sus penas. Se actualizan a cada momento, y así es incapaz de moverse, grabado en piedra. Supuse que pararía cuando encontrase mar, cuando mis piernas no pudieran dar una sola zancada más, y me encuentro mar adentro, hasta donde cubren mis ideas.
Buscando algo más, Donde no hago pie. Haciéndome a las gotas de agua salada, construyendo mi propia balsa. Hacia donde no tenga nada más que buscar, que tu presencia. Da igual el camino, lo que me clave en el pecho y quien tenga a la espalda. Ahogarse o vivir no es esperanza. A un minuto de ti toda la vereda es con lo único que cuenta mi alma cansada.
Vasos para beber
Revuelto. Todo a mi alrededor lleno de inconstantes. Y mierda de la que no puedo huir. Ansioso. Sitios a los que vuelvo una y otra vez, y no debería haber pisado. Las sillas vacías. Sin tener con que contar, esta vez de alejarme antes que se nos atragantase el plan. Segundos rotos y entre cada uno de ellos un eco irreconocible que nos recuerda todo lo que nos debería haber pasado. Tumbado de cabeza contra una idea, tan fría como el capo de un coche. Detenido por la nieve. Sonriendo en las fotos que intentan llevarnos a una condena.
Asomados al balcón dejando pasar el aire por encima de nuestra pelambrera y un poco más lejos algún grito de libertad. Colgados de un hilo que es capaz de abrir las carnes. Miserables que se manchan las manos con podredumbre ajena, sacudiendo las calles. Maletas que vienen y van sin que pueda hacerme una idea del camino en mi pequeña cabeza. Las reglas se quebrantan y mientras nos sangran las venas. Se nos quedan cortas las noches y no hay forma de recorrer los caminos sin cojer ningún tipo de atajo. Todos envenenados. Besos compartidos contra la pared, que se olvida y no deja de colgarnos los recuerdos con unos clavos que se clavan en un alma perdida.
Varios colores donde elegir. Varios borrones en un mismo papel que nos impide leer con claridad la realidad. Equivocados de estación y forma de proceder. Entrando en cada sitio a paso cambiado. Sin tener perdón de Dios. La decepción se ciñe a nuestra espalda y dejamos que caiga por nuestras gargantas a paso lento. En los mismos portales, con las direcciones equivocadas. Todo el mundo cambio de sitio. Las ampollas en nuestras propias manos. A nuestro lado nada madura.
Fantasmas de otra época que se quedan pegados al suelo, sin ser capaces de dejarnos a avanzar un solo paso. Algo de humo en nuestras gargantas. Botes huecos y barba de tres días. Los sueños no dan para pasar la jornada. Y vamos dando vueltas a la misma farola. Atados. Acortando la cuerda. Heridas que no cierran, lavadas con sal. Llantos enfrente de un espejo que se sonríe, incapaz de devolvernos un mínimo de piedad. Agujereando nuestra propia piel con un cuchillo, como las horas de las esperas en las que nos sumergimos. Un detalle de más. En un mapa mundi señalado.
Un funeral bravo. Con copas de más, y una resaca horrible. Aun tengo la cuenta en números rojos. Todo lo que te debía. Enrollado en unas sabanas sucias. Vuelvo y recuerdo. Pero sigo girando alrededor de ti. A cada minuto detrás de ti.
Tardes en el autobus
Tengo el alma triste. Como si hubiera aprendido a escribir. Y me engaño y me dejo llevar a mi alrededor para ahuyentar a mis fantasmas. Guardo sitio entre bocado y bocado para una bocanada de este aire agrio que me esta ahogando. Guardo luto a los difuntos de las eras venideras. Me arrastro y me sumerjo en algo que nunca llega a su fin. Los rostros conocidos me alivian pero no más que por una fase de abotargamiento que rápidamente desaparece y me vuelvo a embutir en otra de desamparo y crueldad conmigo mismo.
El tiempo pasa en ráfagas que oscilan entre los cinco minutos y las horas perversas en las que me pierdo. Un temblor constante de sensaciones no vividas que no volverán y la idiosincrasia de avanzar un paso más. A veces la boca me sabe a pájaros muertos. A tientas voy buscando camino, escudriñando los senderos más inhóspitos que tuercen mis tobillos y llenan de cicatrices mis piernas. Los ojos vendados por una niebla de la que nadie tiene culpa más que yo mismo. De vez en cuando acierto y soy capaz de respirar, eso si, tristeza de esa que se te pega al diafragma y te va volviendo loco de poco en poco.
El resto de la gente ya no parece preocuparse por que mis dientes se estén volviendo amarillos, y de la cuenca de mis ojos no asomen más que cristales rotos. Cada vez más flaco. Busco guantes con los que sumergirme en la miseria y abrillantar así un poco el espejo en el que me miro, cada vez más pequeño. Observo de reojo a los viejos, que van pidiendo a su paso tierra, dejando detrás de si un siglo de sabiduría. Gracias al ocaso de todas nuestras ideas vamos aguantando un segundo más de soslayo entre los adoquines y las alcantarillas incapaces de tragar más lluvia y mierda.
Miro a mi alrededor y comienzo a ver más claro el entorno que he creado, tantas flores entre la basura y, un ápice de optimismo entre la inmundicia. Las semillas crecen después de los chaparrones. Tan alto que esta vez el pasto me nublo la vista. Ando en redondeles y busco pistas sobre donde estarás en las ventanillas de los autobuses. Como si pudiera encontrar una respuesta a una clave que nunca me fue dicha. Una mirada, una chica parecida a ti, que se disperse al no poder soportar como la miro, o simplemente volver a ver el nombre de tu calle en alguna de las paradas.
Uniendo hilos dentro de mi interior que me convirtieron en marioneta de las circunstancias. Deambuló por el reloj, buscando coincidir con el horario de tu llegada, medio ebrio. Y como no, los amigos que hicieron que la caída fuera menos dura, todos en mi memoria. Impactamos fuerte. Recio el temporal. De siglo en siglo consigo remontar y me doy cuenta que fácil es dejarse llevar. Hoy coincido con mi reflejo en el autocar de las 13:30.
Lo que se ve desde mi balcón
No puedo quedarme demasiado lejos, en algún momento tengo que salir y asomarme, y no solo lo tengo que hacer por obligación, pues tengo que ocuparme de mi pequeño huerto urbano ( el nombre suena más pijo y cosmopolita de lo que realmente es ) , y de la ropa tendida. Ella tumbada y desnuda, en cuanto me ve se quita las gafas de sol, y me guiña un ojo, y si no me lo guiña por lo menos mueve la toalla a nodo de saludo, y eso de verdad no puedo inventármelo, aunque a veces quisiera hacerlo. Totalmente desnuda, o cubriéndose con cualquier objeto que la asegure un moreno mejor, sin mayor preocupación.
Alguna vez me la encuentro en el mercadillo de los sábados, en los puestos de verduras y frutas ecológicas. Me saluda sin decoro, me habla con una soltura innata, y a mi solo me salen las conversaciones relacionadas con el tiempo:
– Pues parece que mañana va a llover.
– Aquí muy calentitos pero en el norte que nevadas.
Y otras tonterías parecidas. Ni por esas se da por vencida, he de decir que nada la deja fuera de juego. No se exactamente que quiere, que busca, pues pincha como una abejita cuando estoy harto de venenos y aturdido. Desaparece hasta el día siguiente en el que vuelve a aparecer en mi balcón y vuelvo a caer en la trampa.
Mi educación machista, por un padre militar, y los consejos puritanos de una madre que pensaba morir virgen como Juana de Arco podría tener sus ventajas, creo que me habían dejado el cerebro reseco. Y no acertaba a intuir lo que pretendía decirme con sus frases y gestos, que en mi cabeza se retorcía hasta deformarlas y dejarlas inteligibles para cualquier persona medianamente humana, o con dos dedos de frente.
Preparo mi propia investidura, por lo menos de este barrio o de mi propio partido. Necesito salir fuerte de este pequeño stock que a decir verdad se vuelve de vez en cuando en contra de mi. Me siento en la cocina con ganas de hacer la lista de la compra, y pinto tu nombre, y algo que quisiera que fuera tu cara aunque se parece más a una ensaimada, y las frases que te oigo decir aparecen escritas entre la leche y las escarolas que pretendo comprar. Me miento tanto rato, un tiempo a penas entendible, ni para mi , micro espacios que se quedan colgados.
Entre lo que pienso y lo que creía que estaría sintiendo. Videojuegos y mariachis en mitad de mi cabeza, intento que no se hablen entre si y al menos me den consejo. Se de sobra que no puedo regocijarme en este tipo de irrealidades. Y me comentan que de conoce tu nombre debo seguir infiel a mi estilo, empezar a hablarte en algún momento como una persona normal y no con onomatopeyas. Me sigo viendo en la calle diluido, como si en vez de uno fueran miles, y todos te buscaran, y se de sobra que solo lo haré el próximo sábado en el mercadillo.
En cualquier lugar podría ser, pero silo es posible el fin de semana en los puestos de fruta, o asomándome al balcón. Así que decidido ir preparando carteles, en contra de mi mismo, -Ven a tomarte algo-, -si quieres ven- , tengo varios, y bajo a la calle a comprobar que se lean bien, de lo que no doy fe, es que tengan alguna falta de ortografía. Debe ser algo parecido al cariño, o al amor por que has venido, aunque no pueda ni creermelo, y en bikini ( la zona catastrófica que intento educar mi padre intenta salir, pero le he dado un daikiri de fresa). A ti un bourbon solo. El beso claro, me los has dado tu.
A todas las mujeres que ayer 8 de marzo se manifestaron, y hoy 9 siguen teniendo claras sus ideas.