Tengo el alma triste. Como si hubiera aprendido a escribir. Y me engaño y me dejo llevar a mi alrededor para ahuyentar a mis fantasmas. Guardo sitio entre bocado y bocado para una bocanada de este aire agrio que me esta ahogando. Guardo luto a los difuntos de las eras venideras. Me arrastro y me sumerjo en algo que nunca llega a su fin. Los rostros conocidos me alivian pero no más que por una fase de abotargamiento que rápidamente desaparece y me vuelvo a embutir en otra de desamparo y crueldad conmigo mismo.
El tiempo pasa en ráfagas que oscilan entre los cinco minutos y las horas perversas en las que me pierdo. Un temblor constante de sensaciones no vividas que no volverán y la idiosincrasia de avanzar un paso más. A veces la boca me sabe a pájaros muertos. A tientas voy buscando camino, escudriñando los senderos más inhóspitos que tuercen mis tobillos y llenan de cicatrices mis piernas. Los ojos vendados por una niebla de la que nadie tiene culpa más que yo mismo. De vez en cuando acierto y soy capaz de respirar, eso si, tristeza de esa que se te pega al diafragma y te va volviendo loco de poco en poco.
El resto de la gente ya no parece preocuparse por que mis dientes se estén volviendo amarillos, y de la cuenca de mis ojos no asomen más que cristales rotos. Cada vez más flaco. Busco guantes con los que sumergirme en la miseria y abrillantar así un poco el espejo en el que me miro, cada vez más pequeño. Observo de reojo a los viejos, que van pidiendo a su paso tierra, dejando detrás de si un siglo de sabiduría. Gracias al ocaso de todas nuestras ideas vamos aguantando un segundo más de soslayo entre los adoquines y las alcantarillas incapaces de tragar más lluvia y mierda.
Miro a mi alrededor y comienzo a ver más claro el entorno que he creado, tantas flores entre la basura y, un ápice de optimismo entre la inmundicia. Las semillas crecen después de los chaparrones. Tan alto que esta vez el pasto me nublo la vista. Ando en redondeles y busco pistas sobre donde estarás en las ventanillas de los autobuses. Como si pudiera encontrar una respuesta a una clave que nunca me fue dicha. Una mirada, una chica parecida a ti, que se disperse al no poder soportar como la miro, o simplemente volver a ver el nombre de tu calle en alguna de las paradas.
Uniendo hilos dentro de mi interior que me convirtieron en marioneta de las circunstancias. Deambuló por el reloj, buscando coincidir con el horario de tu llegada, medio ebrio. Y como no, los amigos que hicieron que la caída fuera menos dura, todos en mi memoria. Impactamos fuerte. Recio el temporal. De siglo en siglo consigo remontar y me doy cuenta que fácil es dejarse llevar. Hoy coincido con mi reflejo en el autocar de las 13:30.