Llaman a la puerta y no abro. Dejo que suene el timbre varias veces. No me interesa quien pueda perturbarme en este momento. Ya lo hago yo a cada instante con malos pensamientos. Lleno mi casa con todo lo que me hace vomitar y paso así largas temporadas, con bebidas frías que casi congelan mi cerebro. No suelo necesitar mucho más. Pero insisten y el timbre retumba de una forma que no puedo soportar y se acurruca como una sombra sobre mi propio cerebro. Observo que me espera por la mirilla y no encuentro a nadie. Así que abro.

Me encuentro un paquete en el suelo lo suficientemente grande como para pensarme si meterlo en casa. Soy demasiado vago. Pero cargo con el y lo introduzco hasta el comedor. Lo abro con ganas. Su contenido son unas preciosas bolsas de té y demás aparejos para prepararlo. Todo parece un bienintencionado regalo. Todo me recuerda a ti. No soy capaz de encontrar otro remitente. Fuéramos donde fuéramos, bebíamos té de una forma ceremonial, como te gustaba. Té verde y caricias, era una firma que no se nos escapaba nunca. Parecíamos un anuncio de la tele. No entiendo por que ahora te acuerdas de mi.

Si hubiese sido un chico malo hubiese empezado con el bourbon, pero algo dentro de mi te espera y, prepara agua en una bella tetera. Y me siento solo en esta sucia casa a beber mi poción. Ya era hora que dejara de sentirme solo para sentirme peor. Donde estés te acuerdas, y yo voy haciendo ganas para no tirarme por el balcón. Me propongo salir. No tengo claro hacia donde, pero mientras sea fuera me vale. Donde no tenga que escucharme a mi mismo masticar las palabras. Ni donde retumben mis pasos.

En ocasiones quisiera ser mis propios vecinos para quejarme de mi mismo. Duermo con la radio puesta toda la noche, entre sueños cambio de dial. No se que demonios oigo, pero el silencio me aturde. Pienso en agua. Tal vez debería dirigirme a cualquier lugar que este bañado. Lleno de playas aunque sean frías y no me permitan sumergirme. Lo único que quiero es estar rodeado de algo que me impida caminar sobre ello, eso me aseguraría que ni mis propias pesadillas puedan seguirme. Miro el móvil y tengo algún que otro whatsapp por leer. No se si ponerme contento. Eso es que alguien se molesta en contactar conmigo.

Uno es de la empresa de mensajería, para dar fe que ha recibido tu caja. No se si contestar o dejarles que les duela como a mi. Que algo se les clave como una punzada. Hacerles volver unas cincuenta veces para que expien su pecado. Dimito de esta opción por no dar la cara. Y contesto con un «Recibido, gracias». Algunos amigos también se preocupan por mi situación. Saben de sobra que he hecho todo lo posible por lo volver a ver la luz del día. Algunos de los mensajes tienen al menos tres días.

Por fin pongo los pies fuera de casa, eso si sin un rumbo fijo. La primera a la izquierda y la segunda a la derecha, y luego repetir hasta que me pierda. Hasta que ya no reconozco nada de lo que veo. Siquiera a mi mismo. Sin embargo la gente de la calle me suena, se me parecen a gente que he conocido en algún momento. Tu de mi te acuerdas, para mandarme un recado. Yo me meto en la caja a modo de féretro. Sin ti nada vale menos. Me recuerdo de ti y solo tengo té. Me acuerdo y me duelo, ya solo que queda hacer del muerto. Migas de fe.