Algunas noches

El ruido ensordecedor se ha convertido en silencio. No me escucho. Todo tiembla delante mía, y el tiempo pasa en el reloj sin que ocurra nada. Te has ido, y yo permanezco en shock. Mi olor es nauseabundo y no lo puedo evitar. Vuelvo a dar vueltas a todo lo que pudo haber pasado y se queda escrito en un papel que ahora debería de haber quemado. La gente se aparta y desaparece. Como al ritmo de un tambor. Algunas noches puedo ver el techo una y otra vez. Sacando parecido con las paredes que se achican y parece que me fueran a devorar.

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No se por que lo haces. En un estado intermitente entre la desesperación y el miedo. Nada que no se cure con una buena taza de café. Me preguntan si son autobiográficos mis escritos, no señor, es tan solo lo que me pasa por la mente y a través del cuerpo. Coloco la pantalla en otro lado por si cambiara el fin de la historia, pero parece poco verosímil. Los aviones siguen cayendo, y los protagonistas muriendo en el mismo momento. Debería de haberlo supuesto, las vacaciones son solo para los mártires que sin ganas son vapuleados una vez tras otra.

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Pedazos de vida que caen del cielo hasta chocar contra el suelo, y esparcer sangre y pan incomestibles. Tan solo recuerdos multiplicados como en un milagro en el que el único que sale ganando es el humo redentor. Los demás miramos y nos sentimos por un instante muertos. Nuevos trazos de nuevas trampas en las que nos quedamos atrapados. Nos suenan los teléfonos avisándonos que nos llego la hora. Y saltamos sin vacilar a un espacio vacío. Con las uñas largas nos aferramos a los recuerdos de antes. Alguien los llamo felices.

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Hasta que somos capaces de verlos  sin indiscreción y descubrimos la soledad compartida y el hambre. Nos movemos desacompasados y nos vertimos más fácilmente que de costumbre. Mensajes que no llegan. Acurrucados contra el resto. Se me ocurren mil sinfonías, y ninguna de ellas acaba. Golpes que recibimos y preferimos olvidar en busca del mar. Todos ellos dirigiendo nuestros pasos. Una y otra vez. Hasta donde nadie nos persiga. A pesar de tener las sirenas a nuestros pies. Solitarios sobre cualquier espacio. Paso a paso. Donde se divide cualquier decisión. Aprendiendo cada día algo nuevo. Cuando quisiera olvidar.

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Se nos enfrían las decisiones y los pasos tibios antes de dar el salto. Se desvelan todos los finales posibles. Amarrado a tu recuerdo como única salida, y con los dedos incandescentes. Me quemo y veo turbio cualquier síntoma de ser algo más que felices. Todo se hunde, y las canciones acaban sin ningún propósito. Con el agua al cuello. Sillas sin patas que no quieren a nadie. Faltan piezas, y no se pueden recomponer. Buscamos debajo de la cama, y solo encontramos nuestros propios monstruos alimentados por todos estos años. Tormenta en los ojos. Todo se apaga. Nadie queda. Heridas de desesperanza en la espalda. Probar una vez más. A ver que pasa.

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