Tumbado en la cama. Sin poder dormir. Apenas doy vueltas. Una idea me hace permanecer fijo en el techo, solo tengo que acordarme de cual es. Divago por varias escenas. Fuera de hora. Desacómpasado con el mundo. Me levanto dando tumbos, tal vez pueda encontrarme con esa parte de la sociedad que no duerme, y me paseo por la casa. Cada día más pequeña. Me imagino que alguien tendrá sus propios trucos para conseguir cambiar las manecillas del reloj por sueños. Cambio de sitio cada pocos minutos. A lo mejor puedo ver con claridad si ocupo otro lugar. No parece que vaya a ser así.

Me reafirmo en mi soledad y puedo hablar con mi eco hasta el punto de casi entenderme. Deben de ser las voces que escucho en mi cabeza. Una imagen paralizada de mi mismo mientras intento hacer otras cosas. Estoy empezando a pensar en prenderle fuego al tiempo que pasa y me deja con cara de idiota. Todo tendría sentido mañana si no fuera por que me espera otra madrugada. Y no pienso dejar cabos sueltos que me persigan el resto del día. Cabeceo y me doy una tregua que alimenta mis fantasmas.

Examino el plano del metro que dibuja en cada uno de sus vagones una historia a la que me he de enfrentar por las mañanas. No llego despierto pero puedo notar sus alientos húmedos en mi nuca. Pidiendo que alguien les olvide. Intentando no convertirse en historias que contar. Una vida placentera y no una anécdota a la salida de cualquier garaje donde puedan ser señalados con los dedos. Alguien reconocibles para el desaliento y el fracaso. Suenan tambores a lo lejos. Como si esto fuese a terminar en algún momento. Una banda sonora para el suicidio colectivo. Pero no so más que unos cuanto tarados como yo. Que confían en que esto debe tener un final como tuvo un principio lastimero.

Cambio de pastillas para alcanzar el sueño, o un pedestal con la conformidad, pero esto solo me permite pelearme de nuevo con mis crisis de ansiedad, y mi mal tapada adicción a cualquier tipo de sustancia. Sea la que sea. Bienvenida a mi cuerpo. Sea la que sea. Tartamudeo por las escaleras de mi piso mientras bajo los escalones. A cada uno un poco menos de cabeza y una cucharadita más de bipolaridad. No se en que extremo me encuentro ahora. Podría partirme en tres y que cada zona discutiese con ella misma hasta sacarse de quicio.

Me tengo a mi mismo muteado puedo chillar hasta romperme y no se escucharía nada. Todo en favor de los vecinos. Prefiero que se encuentren el cadáver al calor de los días. Cuando ya huela, y sean incapaces de separarme de los insectos y sus larvas. Aquí hace luna y la noche es cerrada, y con ello las estrellas que no se si tiritan o parpadean por falta de fe, seguramente no quieran ser testigos de lo que se les viene encima.

Me asomo a una de mis ventanas al azahar y puedo ver en que me he convertido. Carroña. Que la muerte ve pasar y se niega a poseer. Y al mismo tiempo observa. Todo a mis ojos decae. Las sabanas sucias de mi cama no son cobijo alguno, y vuelvo a titubear por las habitaciones indeciso. Cuando decidiste irte. Lo vi pasar. Como un duelo que no se asimila. Ahora vago. Se que volveré a por ti. Como un mapa cuyo idioma no entiendo. Volveré a por ti. En un último y vano intento, hasta llegar a un nuevo primer beso.