Con la sensación de mandar bien lejos a la gente que nos quiere. Ya sea por miedo o por que seamos realmente malas personas. Me tumbo a disfrutar del silencio. Algo inusual aquí, donde los sonidos incómodos se cuelan por cualquier lado. Con natural discreción me meto en los sueños de todos aquellos que me conocieron, me temo que para ocasionar malos pensamientos o una peor gestión de una próxima vida. Entreteniendo al tiempo como si se tratara de una agresión que nos evoca la muerte. No me conocen y ya andan murmurando. No creo que haga mal. Soy de la peor estirpe.
Otra noche sin dormir, buscando el agujerito por donde colarme y escaparme del redil. Siempre parece que hay un ganador. Pero se recubre de excrementos del resto que no paran de hacer méritos. Tendremos que empezar de cero para ver en que se convierte esto. Festival de sandeces en un escenario a plazo fijo. Sin saber lo que pasa alrededor se besan el ombligo. Y no nos queda más remedio que ir a la nuestra sin ninguna bandera. Enrevesados en las escaleras de caracol. La vida si no nos sonríe la sabemos hacer cosquillas. Irreverentes con falta de inspiración.
A un solo paso de un juicio amañado. Viajando solo en un tren a punto de descarrilar por las mentiras que nos contamos cuando estamos solos. Caer de pie a pesar de ello. Suena algo que reconocemos como nuestro y bajamos la guardia. Un día más. Al final todo se reduce a ellos contra nosotros. Y no queda más remedio que poner cara de perro. Que la nocturnidad nos acompañe. Ir de un lado al otro sin un rumbo fijo. Allá donde nos lleve la marea. Siempre en contra de los reaccionarios que no dejan de pisar tu cabeza.
Clavados al suelo. Haciendo uso de las alas que poseemos, volando como los ángeles que somos. Luces de neón que nos intentan absorber. Sin otra salida que golpear un poquito más fuerte. Hasta que se oiga. Recuperando el norte. Los bolígrafos se quedan a media frase. Gastados por el mal uso. Ahora nos toca dar la cara. Las mañanas pasan y nosotros remontamos el vuelo, cambiando de paso, echando humo por la boca torcida. Hace tiempo que aprendimos a cambiar de pie si nos acechan. Locuras enfrascadas que pensamos disparar contra los muros de la quietud y la parsimonia imperante.
Sin permitirnos llorar ni un solo instante vestimos nuestros cuerpos en los soportales los días de lluvia en las calles vacías. Siempre llega el momento en que arremeter. Con ceniceros repletos de propuestas que no pensamos dejar que se incineren. La idea original nos sobrevuela la cabeza, y no pensamos dejarnos caer en el barrizal. Sin ser capaces de dormir. Aun solo paso más. Con el tacto en las manos. Digan lo que digan, maquinamos construir una balsa que no vuelque, aunque no amaine el temporal. La muerte se asoma. Pero no es capaz de dejarnos sin dar una oportunidad. Volando sobre todo, juntos hasta el final.