Días nómadas que se me escapan de entre las manos. Días que intentan ser monótonos y no paran de sorprenderme. Maldigo lo estático y no paro de serpentear para que no me coja el reloj que no entiendo muy bien de quien quiere escaparse. Ni nos conocemos ni nos conoceremos así que nos enrevesamos en las horas y en las conversaciones ajenas. Encaramados en atrocidades que nos empeñamos en no pensar pero que ejecutamos como actos personales. Absurdos en nuestros vicios nos arrinconamos y funcionamos así cada minuto dando paso a un segundo abismo del que no podemos regresar.
Saltando desde el anden de una estación en busca de una esperanza que hace ya tiempo que se desvanecio. Lo que corroe empapa de oxido los próximos planes que somos incapaces de dilucidar. Las canciones ya suenan todas a antiguas y dejan un mal sabor de boca. Como una medusa que nos vuelve a todos de piedra. Empiezo a creer que no existen ya ningunas palabras mágicas que nos libren de este futuro estremecedor. En ocasiones parecemos multitud en mitad de este desastre, sin ningún tipo de esperanza por sobrevivir de ninguna de las maneras.
Recupero viejos objetos con la ilusión que en algún momento vuelvan a servir de algo. Inútiles me miran a lo lejos. A lo largo de la mañana intento desperezarme y me resulta algo abstracto. Detrás de ello solo queda la noche y una sensación de sopor que nos hunde un poco más. De todas formas intento esforzarme a pesar de ver en los cristales reflejado mi propia persona con la peor forma posible, con un aire de saber que tarde o temprano algo se ira corrompiendo. Hasta romperse. Puede que todos estemos afectados y nadie pueda hacer nada, y quizá incluso a nadie le importe.
Sangrar por sitios imposibles hasta vernos menguar sin interesarnos por nada más. Solo la putrefacción del resto de los mortales que como nosotros no tienen siquiera un sitio donde ir. Se cumplen aniversarios de los últimos días en que creímos en algo firme. Y sabemos de sobra que en cualquier momento los últimos instantes podrían volver. No somos capaces de darles forma. Hoy por hoy se nos escapan de nuevo como voces rotas que se vuelven poemas. Damos pasos pero parecen en falso como si el suelo se sumergiese al pisar, y no por eso podemos parar. Posiblemente un limitado numero de ocasiones con el que contar en nuestra vida.
No todo el mundo puede tachar los números del calendario. Y esperamos con la cara tenue que así sea, dando por hecho lo horrible. Una foto que se hace vieja desde que oímos el disparo de la cámara, y todo el mundo tiene una historia que contar. Desbordándonos los recuerdos del resto que se superponen a los nuestros como negativos en blanco y negro. Todo va transformándose en algo que no conocemos y no nos queda más remedio que mirar cara a cara. Empezando algo de lo que nos oímos hablar y posiblemente antes era manido.
Una nueva señal, una nueva montaña a la que subir y después descender a sus infiernos. Durmiendo el sueño de aquellos a los que vencieron. Siempre entre la maleza. Cara a cara con el dolor. El ruido del viento nos hace despertar y empezar de nuevo, no queda más remedio que dejar rezumar las heridas. Esconderse no vale de nada. De entre todas esas deformidades surgimos nosotros mismos. Antagonistas del horror. La guerra que no ganamos a cada instante, la distraemos. Para aprender a quererte. Para no parar de buscarte. Y encontrarnos. Solo dos entre tanto cieno. Averiguarte. Discretos escapar.