De madrugada, deambulando viendo las luces pasar. Recostado en un sofá mis pensamientos que se niegan a quedarse quietos. El amanecer me descubre abotargado y con trazas de sueño, que me niego a postergar. Todos los recuerdos se vician y me apedrean la cabeza, haciendo que me levante golpeándome contra las paredes. Todos empieza a oscurecer, pero me veo deslumbrado por todo lo que pasa a mi alrededor. Como si tuviese un sentido que intento buscar y que nunca acierto a descifrar. Las veces que nos olvidamos de nosotros mismos no cuentan en nuestra conciencia.

Nos damos la vuelta ante la inmensidad de la ciudad. Ya no se siquiera por donde ando, tras ponerme en pie. Nadie sabe que va a ser de nosotros. Suenan melodías a lo lejos por las que nos vemos confundidos, pero no vamos a dejar que nos quiten la libertad. Nos robaron la noche y y no permitiremos que nos dejen sin nada más, así que nos alumbramos con las velas tintineantes y las primeras farolas. Con los pies descalzos descubrimos los caminos y estos nos llevan a encontrarnos, aunque sea tullidos y sucios. Sin parar de buscarnos. En la puerta de los estancos se acumulan viejas pidiendo limosna. Nosotros nos matamos a vicios.

Y dejamos que las canciones suenen sin que nadie las mutile. Nos mecemos en ellas y que la vida ruede. El otoño llega y el inviernos nos corta la cara con su frío crudo, que hace que se nos abran las carnes, y se nos cortan los labios ansiosos por tanto por besar. Tienen añoranza los semáforos por vernos cruzar las calles que nos llevan del uno al otro. En ese momento todo se puede romper. Las televisiones inertes dan algo de vida a las ventanas de los vecinos que se asoman a ver que ocurre en el exterior, todo lo que sucede es que nos buscamos con buscamos con un toque de ansiedad. Salpicando de niñez nuestro ayer. Debimos de volver a una horas infames, sin ser capaces de calcular ninguna hora. Tan solo avisados por la luna que se calla la aurora.

Cuando no jugamos a tiempo, y vienen a vernos los deshechos , y de golpe nos toca hacernos viejos. Sin dudarlo, una y otra vez al borde de un acantilado que nosotros mismos nos hemos buscado, sin una sola salida sólida. Cuando nos buscan fuera de horario, cuando no debemos de vernos. Siempre estamos ahí. Sin ninguna duda. En medio de la plaza o perdidos en un jardín. A menudo nos siguen y no podemos evitar que nos salgan las primeras canas. Sin respeto por nadie. No podemos evitar exigir estar a solas. Ser y estar por siempre, a juntas. Sin partir. De una vez por todas.
