Embutido en la realidad. Metido a la fuerza en una situación que no logro comprender. Rodeado de gente y sin ser capaz de comunicarme con ninguna persona. Intentando atravesar unas paredes que se cierran sobre mi. Un motor que ya ha prendido y destroza todo lo que pilla por medio. Y en mitad de su camino me encuentro yo. La existencia parece que quisiera negarme una segunda oportunidad, así que me mezo hacia los lado de la vida, aquellos que parecen enquistarse y crear llagas que te atraviesan. Es el mundo por el que me muevo.

Alguien se queja y le oigo a lo lejos, aun por eso parece que me partieran los tímpanos, recuerdo sus palabras pidiendo mi calavera. Los funerales se suceden uno tras otro y la tierra no da abasto a recibir tanto indigente mental. Las bocas llenas de barro e insultos nos miran con el gesto torcido. Nada podrá salir como esperábamos. Todo se tuerce. Los besos son para otros, para nosotros quedaron las migajas del rencor. Nada que se mueva tiene un pequeño aprecio por nuestra vida. Como en una gran carambola chocamos y volvemos a caer.

Al final siempre hay un sitio en el que encajar, aunque sea a medias. Con los brazos torcidos y haciendo fuerza para no salirnos de nuestro lugar. Pero ese nunca fue nuestro fuerte, y nos desencajamos a la mínima. Intentando que no se note que no tenemos un hueco convenido. Saliéndonos serpientes por nuestro ombligo, cada una con un pecado capital. Señalados y sin ningún momento para dormir. No hay paz para la gente como nosotros. Se escriben canciones y otros la tararean, a mi no me queda otra que ser una historia que contar. Algo de que prevenir a los niños antes que se vuelvan demasiado malos.

En el barro leemos nuestro futuro en las pisadas que nadie se tienta a recorrer. Como pisadas que nos llevan al lugar donde se fabrican los sueños y por supuesto las pesadillas. Esas que se nos agarran a la cabeza y no nos dejan descansar ni vivo ni muertos. Todo se torna de un azul oscuro que apenas nos deja ver más allá de nuestros pies, y debemos intuir lo que sucede un poco más lejos. El frío se cuela por debajo de la ropa y ya sabebos que lo que viene no puede ser algo bueno. La guadaña cae y podemos notar una vida más sesgada. No importa los motivos, lo que nos persigue no perdona. Pero al final siempre puedo arañar un poco de luz. Un túnel en el que el humo surge más allá y lo infinito eres tu.
