Todo parece ser cruel. Nada me calma. Todo lo que conozco se estingue . El no saber que nos espera mañana nos empieza a carcomer el cuerpo. Siempre tumbado expuesto al dolor, que llega sin avisar. Esperábamos que nuestro tiempo fuera otro, y nos ha pillado con el pie cambiado. Nos precede el humo que vamos acumulando en nuestros pulmones. Sin que nada nos pueda dar una pista de por que nos empeñamos en sufrir tanto. Debe ser este el momento de perros que nos arropa. Siempre nieva, tan bella y que nos fagocita, dejándonos aislados a nuestra suerte. Debimos de inventarnos nuevas formas de respirar.

Nuestros deudores nos persiguen como si fuésemos alimañas a las que desvalijar. No se ve ni un solo alma que no tenga el grito en el cielo. Totalmente desesperado. Sobre las cicatrices sal. Escuece. El frío en el cuerpo, hace que las llagas aparezcan. Una excusa más para gritar. Aquellos a los que han arrancado los ojos son algo más felices , pues no pueden ver la putrefacción de la que están rodeados. Pasan los días y el suelo se llena de heces y sangre seca. Encerrados en este cubículo es imposible no contar por minutos las estrellas fugaces que se nos escapan. Todo huele a impunidad y heces. De aquí nadie escapa.

Todos contra un mismo Dios inventado, rezando las pocas oraciones que se saben. Dibujando en las paredes palitroques y rayas que llevan la cuenta de este infierno. El mar ha ganado terreno y se nos come las paredes. Encerrados en contra de las olas, a favor de la indiferencia. La hambruna empieza a hacer efecto, y empezamos a ver espejismos que nos hacen modernos los dedos. La sed es algo con lo que convivir. Bebemos nuestros orines cada día más escasos. Intento explicar en un papel lo que siento, escribiendo con sangre cada una de las palabras, y lo único que me sale es una imagen maléfica, que lo inunda todo. Desbordándose por los lados.

De un color violáceo nos mantenemos, lamiendo los barrotes. Moviéndonos de un lado hacia el otro. Dando golpes en la pared con la cabeza deseando que esto se acabe cuanto antes. Tal vez la esperanza se perdió por un hueco negro, las escaleras por las que nos bajaban de dos en dos o tres en tres haciéndonos caer. Con un podo de suerte puede que exista una forma rápida de terminar con todo. Algo que no sepamos, o abrirnos las venas con cualquier espacio afilado que encontremos. Nos buscan y nos encuentran como los animales en los que nos hemos convertido. Con un número tatuado en la piel. Me niego a terminar. Busco una luz, y se que te volveré a encontrar. Una vez más. Hasta que terminemos juntos. De dos en dos, como uno. Fuera de este agujero.
