Despierto toda la noche. Con las estrellas encendidas. Sin saber muy bien donde esconderme ni de que. Empiezo a no pensar con claridad. Así que enciendo un cigarrillo tras otro hasta que se me abotarga la mente. Alargando las caladas y el tiempo entre ella. Puede ser el último día que pase observando la vida, y me dejo los cajones abiertos. Que salgo toda la morralla que tenga que salir. En mi lista de espera pocas expectativas. Todo sucede a cámara lenta. Me he equivocado de día, y lo paso dando un largo paseo cuando más frío hace y el amanecer se confunde al batirse en retirada.

Las gotas de lluvia caen formando una agradable banda sonora que me hiela los huesos, y se saben espantados de todo lo que les dejo la madrugada. Voy a parar a callejones que antes escondían secretos y ahora se conforman con la basura de las almas que se pierden sin ningún tipo de salida. Emborracho sentimientos encontrados, sigo mi marcha parecida a los pasos de Semana Santa. Miro en mis bolsillos y solo encuentro cosas baldías, como un ticket de algo que compre por compromiso y me supuso pasar hambre casi una semana.

Los lujos no se permiten avistar por mi vida, cuando lo hacen se dan un festín maquiavelico. Visto de forma poco apropiada para cualquier ambiente, pero eso me permite no entrar en cualquier lado, y así escabullirme de una vida social que no me interesa. Me viene sobrando la gente desde hace ya bastante tiempo. Peces de ciudad que no saben que ya se ahogaron. Me quedo con el infinito océano, aunque se me tache de pueril y raro. Mezclo unas bebidas con otras con el único afán de embriagrame. Empiezo con lo primero que hay en mi lista y voy de seguido. Alguien pagara la cuenta. Yo lo dudo.

Termino saliendo por la puerta de atrás de la mayoría de los sitios, a escobazos y magullado. Pero ese no es mi problema. Soy capaz de no volver a miles de sitios y seguir tropezando con la misma piedra. Eso si es constancia. A lo mejor mi mayor virtud. Dando tumbos, apoyándome sin mucho sentido en el siguiente local al que pienso desvalijar. A la tercera ya no duelen los golpes. Solo hay que saber encajar. Y de paso algún puñetazo se me escapa. Las estadísticas no juegan a mi favor, por eso no suelo apostar por mi. Hace tiempo que perdí esa pelea.

Tengo invertido todo mi dinero en el bando contrario. Algún día encontrare mi recompensa, por ahora vivo de las rentas. Hoy me corto las uñas, iba arañando a las ideas en cada momento y eso no esta bien visto, sobre todo cuando van encima de una cara bonita. Y chupo ranas por si es verdad que alguna de ellas tiene algún veneno lisergico que consiga confundirme durante toda una noche. Flipar de verdad. Por ahora solo he conseguido que se conviertan en príncipes de la nocturnidad.

A esperas de lo rancio, con una cuchilla pendiente de sus vidas. Un parón más. Un giro en la mente, que en ocasiones noto como me gotea por los oídos mientras mi nariz sangra. No pienso hacerle mucho caso, y menos ahora que no duermo, y paso las noches en vela. Cuando no apareces y sigo esperando a que vuelvas. Tu a lo lejos, yo me adelanto, te siento cerca. Somos uno le duela a quien le duela. Los dos nocturnos. Los dos juntos, la noche empieza.