Cansado. Totalmente hundido. Harto de las palabras. De mis pequeños pecados. Obra, pensamiento e incluso los que emitía por pura vagancia. Mis propios actos estaban dando de si más de lo que esperaba. Y hacían limite con mi paciencia. Pecadillos de andar por casa, y otros que podían haber puesto colorado al propio Papa de roma. Todos contra la pared. Increpándose y volviéndome loco. Ya harto de mi mismo. Sin el menor temor de arder en cualquier caldero. Pero agonizando en el propio hastío. Nunca había hecho oposiciones para buena persona, ni para caminar erguido entre ellas, pero me aburro de mis actos. Aberrantes para algunos.
No busco absolución. Lo que hice y hago, ahí se queda para el disfrute del catetismo universal. Para que se vea en alta definición. Hasta donde llega la mala hostia de un ser vivo, y como joder al resto, y al planeta. Enciendo velas en la iglesia y el mismo viento las apaga, como una corriente que afloja el pantalón y no se atreve a dejar huella en ningún sitio sacrosanto. Por si acaso. Que nadie pregunte por mí. Mejor olvidar las pruebas. LLamó a los santos por su nombre por si alguno tiene la decencia de contestar, pero el Cristo de la pared parece mover las manos y quitarse los clavos para hacer la señal de silencio.
Aquí mejor ni hablar. Nadie quiere escuchar a nadie como yo en esta clase de lugares. Con el paso cambiado toco las imágenes, unas de madera otras de cera. Todas parecen deshacerse entre mis dedos. Volver a donde arruine a tantos tipos como pude, y avergoncé a todas las que querían sacarse el título de dama. Seguro que me reciben con la frase de -Agua va- tirando sus excrementos por las ventanas a mi paso. Algo con lo que tendré que vivir. Lamentaciones para otro día.
Dejo crecer mis uñas y con ellas pruebo los más ofensivos venenos por la nariz, al ritmo de cualquier música que marque la banda. Si es posible morir hoy que nos pille bien despiertos para jurar a mi abogado de oficio que fui yo quien estaba allí pecando. No por gusto si no por obligación. Si no por vicio como mandan los cánones. Enanos con opiaceos intentan redimirme y yo no soy tan exquisito como para decir que no. Ni tampoco un mal invitado que pone mala cara a su anfitrión.
Pruebo todos los licores, del más claro al más oscuro dejando que sean las esquinas las que marquen mis pasos. Chocando con todo lo que me encuentro a mi paso. Algarabía en mi intrusismo en estos pequeñísimos, ínfimos detalles pecaminosos, deslices en la rectitud. Lo que me aburre de forma visceral es madrugar para tener que blasfemar con la idea de acudir a mis pequeñas obligaciones pasajeras. Otro día, otra reunión, con quien, pues da lo mismo. Los domingos ni siquiera acudir a la iglesia sin acostarme para ver los ojos de los parricidas, que mataron de pena al Padre. Los incestos sin lujuria en los ojos de los gendarmes del buen gustos. Que delicia acostarme a tu lado, en esta cama sin bordes. Amamantar faltas, deslices, pecados, cada noche con un redoble. Contigo Magdalena. Soy tuyo a nada o doble.